ES IMPORTANTE SABER

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - X

Todo es lindo y aterrador al mismo tiempo, es el sobresalto del corazón del segundo antes de darnos cuenta de que oímos un trueno, cuando solamente estamos vibrando en el ahora sin saber ni porqué.

Recuerdo a Jodorowsky hablando de la sensación pánica como una característica vital asociada al dios Pan, como un vitalismo extremo y sin complicidades con ninguna emoción, con ningún sesgo de pensamiento o imagen. Chen, el trueno puro.
Entre las sensaciones entremezcladas, tan enterradas bajo la bruma vibrante de los sentidos convertidos en un solo estímulo hiper intenso, aparece una sensualidad que, honestamente, me preocupa al tomar a la cabra entre mis manos.

Ensordecido, sostengo a la cabra a upa mientras la acaricio, y de algún modo, la inserto en mi pecho.
No se me escapa en el momento que la coloqué en el mismo lugar que en la sesión anterior ocupara mi niño interno.
Quedo por un segundo, parado en medio del infierno con la cabra superpuesta a mi cuerpo, saliendo de mi pecho.
Y empiezo a transformarme.

Me vuelvo un hombre con cabeza de cabra, me vuelvo un grabado de Baphomet. Finalmente, me vuelvo un fauno.
La hiperexcitación de la adrenalina sigue corriendo por todos mis músculos, me hace sentir la sangre pasando por mis venas. Mi cuerpo es ligero de tanta tensión y al mismo tiempo torpe, incapaz de cumplir la exageración del movimiento que quisiera expresar, increíblemente vigoroso y frágil ante el despropósito de su misma fuerza.
Soy un fauno en la casa del Diablo, bajo tierra.
Y así como lo pienso, mi pezuña pisa pasto verde.

Y me veo.
Estoy bajo un árbol, el sol alumbra todo, pero la sombra del arbol me tapa la cara.
Estoy como acechante, y sé que si alguien me viera, se asustaría.

Y me gusta saberlo.

Al poco, aparezco entero bajo el sol, saliendo de la sombra, y me veo más claramente: soy un fauno campechano. Mis características más blandas ablandan las más duras del fauno.
La adrenalina todavía corre en cada uno de mis movimientos, todo es intenso y crudo, un amague de debilidad permanente, super sensibilidad y vitalidad desbordante que me recuerda las experiencias de mezcalina.

Y reconozco la última vez que sentí esto mismo, más intenso.
La última vez que pensé en Feldenkrais y el reflejo de caída.

Cuando pensaba en cambiar de vuelta de trabajo.

Ese día, supongo, escuché el llamado de la sombra, el pánico de la hiperrealidad, el presente absoluto sin matices emocionales.

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