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Juan Carlos (el pseudónimo más opuesto que pude encontrar al nombre original), 25 años, varón, gay.
Hace terapia con Alicia simultáneamente al tratamiento conmigo.
Somos amigos, así que tenemos un diálogo fluído de todas estas cosas, así como varias experiencias compartida sobre el mazo viviente y afines.
Llevamos ya alrededor de diez meses de tratamiento, incluído un impasse de dos o tres en el medio.
Es el cliente de más rápida evolución que tuve hasta ahora lo que, sumado a su facilidad de palabra para generar imágenes y honestidad en la devolución de lo que el masaje le produce, lo convierte en una de las experiencias más educativas que vengo teniendo.
Por supuesto, poder ir linkeando mi trabajo con el de Alicia suma al aprendizaje: es fascinante.
En una de las primeras sesiones, tuve una sensación fuerte, que sólo puedo describir como sentir su cintura "sucia". No considero tener mayor sensibilidad a nivel energético. Dada una serie de charlas que habíamos tenido, y lo que pienso o sé acerca de somatizaciones, consideré esa sensación como una señal clara de mi subconciente sobre la presencia de una somatización traumática vinculada a su iniciación sexual, o a cuestiones previas incluso, pero vinculadas a la sexualidad.
En otra sesión, trabajando el espacio entre el dorsal ancho y el romboides (el músculo que une el omóplato a la columna vertebral), mi dedo se trabó de modo significativo, seguido inmediatamente de todo mi ser: de repente me pareció importantísimo empujar ese dedo profundo entre las costillas.
Al advertir que a Juan Carlos le rodaba una lágrima, le pregunto por el dolor. Dice que no, que no es el dolor lo importante.
Conseguimos una liberación muscular notoria, pero no podía imaginar a que somatización obedecía, aunque me parecía de un modo oscuro relacionada con algo que venía queriendo transmitirle, vinculado a la frontalidad en el abrazo.
Juan Carlos, siendo una de las personas más cálidas y afectuosas que uno pueda conocer, saludaba con un abrazo oblicuo. El típico de "que no se nos toquen los genitales", pero aún más marcado, en el que nunca terminaba de poner el pecho.
Ma parecía que había algo que necesitaba saber sobre el contacto físico de un pecho con otro y su correlato con la verdadera asunción de la presencia propia, con todo lo implicado: la autoconfianza, la entrega, la recepción del otro en un plano muy básico. Poner el pecho en un abrazo dice muchas cosas juntas; yo valgo, vos vales, te reconozco, te recibo, me doy, no hay miedo... y sigue la lista.
Al terminar la sesión me cuenta, mientras se viste, sobre ese dedo en las costillas: "fué una sensación muy parecida a ser cogido".
Ahí entendí oscura pero intensamente que si, que de alguna manera todo eso tenía que ver.
Todavía no sé cómo: me hago teorías, pero me parecen demasiado simplistas.
Le digo "Claro, vení, te quiero mostrar algo y terminamos la sesión: es un abrazo".
Nos acercamos despacio, sé que tengo que dar espacio a que se acostumbre a respirar con otra persona cerca.
Poco a poco, vamos apoyando panza con panza, las respiraciones se acoplan. Finalmente, los pechos se tocan uno con otro, frontalmente. Acomodamos los brazos, las cabezas en cada cuello, como para quedarnos cómodos y relajados en un abrazo largo.
Se sienten los latidos de cada uno, suavemente.
Sé que si lo mantenemos el tiempo suficiente, los latidos también se acoplan, pero no lo siento preparado para eso, y me pregunto si no estaré proyectando algún resquemor mío hacia su homosexualidad en ese "no lo siento preparado".
Da igual: a esta distancia no se puede mentir, así que más me vale mantenerme dentro de lo que me siento cómodo si quiero que él vea lo que necesito mostrarle. Me pregunto si estaría yo preparado, entonces, dado que esta inseguridad me lleva a terminar el abrazo antes de la culminación del acercamiento. Pero parece que es suficiente: sentí claramente el aflojarse de sus brazos, de su vientre y de su respiración: está comodo en la cercanía y evidentemente olvidado del sexo, absorto en la comunicación física y la sensación de apoyo mutuo de un abrazo más pleno.
No separamos, le toco el pecho y le digo "esto", frotando el esternón y plexo, "es la otra parte de esto", y llevo la mano a su espalda y toco la columna entre los omóplatos.
Rompió a llorar.
No sé porqué, pero me pareció adecuado.
A él también.
Detrás del hueso duro, el corazón.
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Varias sesiones más tarde, me encontré enfrascado en una lucha abierta contra su músculo trapecio, cosa que mi manual condena rotundamente. Pero de repente me pareció re importante que ese músculo se aflojara, fuera por disuación o por derrota abierta.
Contra lo que dice el manual, o a favor de ciertos incisos, su dolor desapareció apenas soltamos la zona.
Como además había logrado mi cometido, sorpresivamente, sus hombros, cuello y cabeza habían cambiado de lugar.
No sé todavía porqué me encontré tan enfrascado en ese antagonismo entre su trapecio y yo, y soy conciente de el consejo básico es no hacer semejantes cosas. Pero esa vez, fué fundamental para futuros acomodamientos de toda el área.
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El tratamiento se prolongó unos meses más, y tuvimos un impasse de dos o tres meses por varias cuestiones.
Retomamos una vez en medio, en que traté de aplicarle una técnica alternativamente thai o californiana, da lo mismo, consistente en tomar un brazo desde el lado opuesto, con la persona boca arriba y tirar de el, de modo de levantar y rotar el torso de la persona, como si estuviera estirándose para alcanzar con su mano izquierda algo colocado a su derecha, y viceversa.
El objetivo de la maniobra es elongar la musculatura lateral desde la cintura hasta el hombro y acomodar la columna.
Se reveló inútil pues Juan Carlos, bastante liviano a la par que muy rígido, tenía el cuerpo hecho una sola tabla desde la cintura hasta el hombro, así que en vez de rotar elongándose, se daba vuelta entero como una puerta.
La verdad es que toda el área pélvica estaba plenamente contracturada: glúteos, músculos pélvicos, cintura, músculos abdominales bajos, piernas hasta las rodillas por delante y por detrás.
Nuevo impasse obligado por cuestiones externas, cuando retomamos me surge naturalmente ir a por todas y le pido que se ponga en posición fetal, para hacer otra movilización masiva y forzosa: con él acostado de perfil, empujo su cadera hacia delante y su hombro hacia atrás. La cintura cruje fuertemente.
Muy fuertemente.
Empiezo a trabajar desde la misma posición el glúteo, queriendo llegar al espacio entre el isquión y el sacro como si no hubiera nada en el medio. Por momentos, uso el codo. Juan Carlos se retuerce un poco, pero los dos ya conocemos los diferentes tipos de dolores: si hay alguno que indica la posibilidad de daño, paramos siempre, y éste no era el caso. Constantemente me preguntaba si todo esto sería necesario, o simplemente me estaba dejando llevar por mi gusto por el uso de la fuerza, pero conseguimos, nuevamente por cansancio, un gran aflojamiento de la musculatura de glúteos, y un poco más de espacio interarticular en la inserción del fémur a continuación.
Hablamos durante la semana: aparece en el chat diciendo "dotor, dotor!!"
Inmediatamente respondo "lo siento amigo, ud va a morir".
"nooooooooooo"
"ehmm... lo siento, es un reflejo adquirido... que se le ofrece", para agregar en seguida
"en realidad, soy dentista"
Me cuenta que en la semana, entre sesiones, se fue a buscar al novio, que se sentó en un cordón a esperarlo, y que en el medio de estar sentado, escuchó un "crack!" muy fuerte, acompañado de la sensación de algo que se partía como un terrón de azúcar en su cadera. Las metáforas son mías, conozco ese tipo de crujidos de las sesiones, pero no esperaba que pasara entre sesiones. Mucho menos en esa área, mucho menos tan grande. Pregunto lo primero en cualquier protocolo:
-¿Dolor?
-No, pero cuando llegué a casa fui corriendo a mirarme en el espejo, y me cambió el culo: ya no está tan parado, está más abajo.
-¿Sensaciones generales?
-Bien: buenas. Más liviano.
En la siguiente sesión le miro la cadera y es cierto: la cintura cedió unos centímetros importantes, permitiendo que toda la cadera se reubique más abajo. Al principio del tratamiento lo gastaba diciéndole que tenía "cola de pato".
-Ya no voy a poder hacerlo más, suspiré satisfecho, sabiendo que esto era importantísimo.
Lo miro de costado.
-Y te está apareciendo el pito! le digo.
Me mira entre contrariado, avergonzado, y no muy seguro de si hablo en serio o qué.
-¿Antes no estaba?
-Y, no... si la cintura tiraba de la cola para arriba... el pito quedaba entre las piernas.
En el siguiente período entre sesiones - una semana - me comenta por chat: "tengo que contarte de la última sesión con Alicia: pasó algo fuerte. Sobre la "cintura sucia", muy fuerte. Pero te cuento en persona".
La puta madre, intriga.
Bueno.
Cuando nos encontramos, me cuenta de una visualización en la que espontáneamente se hace chiquito y empieza a caminar por su cuerpo. Primero pasa por su pecho y corazón. Lo encuentra lleno de costras, pero las puede sacar con facilidad. Limpia todo y deja llenándose de luz (o algo así, típico simbolismo de proceso regenerativo en marcha independiente).
Sigue hacia abajo y empieza a caminar por su cadera.
Empieza a escuchar una voz que repite "esto no debería estar acá, esto no debería estar acá", y encuentra a su madre, con el cuerpo contrahecho como un jorobado y la cara burdamente disfrazada con una careta.
La desenmascara, se la queda mirando.
De alguna manera la deja de lado y decide ocuparse de limpiar: su cadera está por dentro innumerablemente cubierta por costras. Empieza a limpiar pero se desalienta, llama a su guía y siente que ni él puede con todo. Finalmente, fuerza una visualización donde su guía sacó todas las costras. Su cadera sigue grisácea, pero al menos despejada. El problema es que quedó una bola de materia -las costras- en medio de su cadera, y la pregunta "¿cómo me deshago de esto?".
Le aparece inmediatamente la imagen de el cagando, a ambos nos parece adecuada.
"Además, note que refuerzo la visualización cada vez que voy al baño". Me causa gracia y me río, hasta que comenta que no sabe bien cómo interpretar lo de haber visto a su madre en su cadera.
Lo miro con los ojos como platos sin atreverme a preguntar qué es lo que no entiende. Me mira con cara de "bueno, no me hago más el boludo" y pregunta "bueno, pero ¿cómo llegó ahí?".
"Y.. como haya sido, es seguro que por su propio mérito", respondo.
Pero por supuesto, es sólo una opinión.
Aquí, inserte codo.
A la siguiente sesión, se realiza uno de sus peores temores manifestados.
Estoy muy tranquilo metiendo mano en el abdomen para llegar al psoas, cuando lo veo levantar un dedito cual maestro rural queriendo hacer una sugerencia al director de la escuela, y lo escucho decir:
"Te tengo que pedir perdón de que se me pare la pija, pero mi cuerpo lo necesita".
Me río: la primer sesión ya me había dicho que tenía miedo de que algo así pasara, pero no tenía mucha vuelta el asunto. No soy fácilmente impresionable, no tengo miedo de ser atacado por nadie, y... y el tipo estaba pidiendo disculpas!. Sigo trabajando.
El lado derecho de su abdomen no presenta resistencia (otro logro largo de conseguir, pero llegó), y alcanzo fácilmente el psoas.
El lado izquierdo, el de la madre, no tanto.
La sensación, dice, no es de dolor, sino más bien "de picardía, como una parte que nunca fue tocada y ahora se descubre".
Durante el resto del trabajo su erección fluctúa. Al final, cuando estoy ocupado con el cuello, se vuelve notoria otra vez.
Generalmente termino cada masaje con una tracción de todo el cuerpo desde la cabeza, para estirar la columna lo más completamente posible. Ahí se revelan también, en las trabas a la transmisión del movimiento por el cuerpo, los lugares que van a requerir mas trabajo: si el tirón es fluído y se estira toda la columna, el logro fue total. Si algunos segmentos se mueven en bloque, no.
Habitualmente, Juan Carlos se movía en bloque y lo arrastraba un par de centímetros en mi dirección, entero.
Esta vez, sin embargo, su cadera quedó anclada en el piso, disociada del resto del cuerpo, permitiendo que la tracción efectivamente estirara su columna.
Terminamos el trabajo y nos tomamos como siempre un rato en el patio mientras llegaba el siguiente masaje. Yo no sabía si sacar el tema ni cómo, pero tampoco tenía demasiada necesidad propia. Sabía que no debía quedar sin comentario, pero no cómo traerlo.
JC se ocupó del asunto, aunque tampoco esperaba lo que dijo.
"Sentí que lo de mi erección tenía mucho que ver con limpiar la zona" me dice "visualicé (espontáneamente) que se llenaba todo de luz".
Un comentario así de otra persona me haría sospechar, pero JC es la transparencia en persona.
No creo poder trabajar cosas así con nadie más, por ahora. Tal vez aprenda, tal vez no tenga que hacerlo nunca más. Este trabajo es una aventura.
"Es como un miedo muy fuerte a que pase, y la frase "¿ves que no pasa nada?", a cada segundo que... que no pasa nada!".
Entiendo que había alguna amenaza pendiente sobre ese pito, pobre, pero no tengo nada que decir al respecto. Si sobre lo otro: "me causó mucha gracia que levantaras el dedito para hablar".
Y ya en tema: "y me parece que todo esto, la erección y el descubrimiento de que no pasa nada, fue fundamental para que la cadera pudiera quedar aplomada, apoyada en su propio peso".
Me olvido de explicarle que es por eso que también pudimos bajar la clavícula de la "v" que formaba a su posición casi horizontal: sobre una cadera que no cuelga de la cintura y que está bien aplomada, el torso puede apoyarse con confianza.
Veremos cómo sigue.
ES IMPORTANTE SABER
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Apasionante, un viaje por el cuerpo y sus secretos!
ResponderEliminarHice los de deberes, leí todo. Muy interesante Mr. Roger. hablamos luego!
ResponderEliminarbesote!!!