ES IMPORTANTE SABER

viernes, 19 de marzo de 2010

Mamá y el Diablo - Sesión de autoconsulta al mazo viviente 31 - 10 - 09


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Está dicho que dentro del tarot, los Bastos representan el fuego en el barro: el instinto, la líbido, el deseo primal.
Que la Emperatriz es, en sí, el barro mismo que recibe el fuego del espíritu y lo sostiene en lo material. Es la madre, y es el cuerpo.
Y que el Diablo es la forma más remota, profundamente enterrada en la oscuridad de la carne y alejada de la luz de la conciencia, de esa misma chispa.
La que no conviene mirar mucho, la que trabaja mejor en la oscuridad del tabú.

El 31 de octubre de 2009, realizamos una nueva sesión de mazo viviente.
Originalmente la razón de realizarlos era la investigación, pero la ambición rápidamente me llevó a intentar usarlo en beneficio de mi propio desarrollo místico y espiritual.
Hoy día me parece, a esos efectos, una práctica excesivamente recargada de información sobrante, sobre todo en comparación con las performances cada vez más free jazz de Bert Hellinger.
Pero en el momento de querer allanar el camino de comunicación entre mi Yo Interno y el yo conciente, entre mi quinta y segunda línea, si algo de lo que estudié de I Ching está bien, esta parecía la mejor opción.

Paralelamente a estas disquisiciones, hacía varios meses ya que venía sintiendo que mi intención de mantener cierto estado físico y ciertas habilidades entraba en contradicción directa con mi disponibilidad de tiempo y energía para fines sociales, creativos y laborales.
Por un lado la coquetería, por otro la autoexigencia, seguía haciendo ejercicio pesado y sintiendo la frustración de postergar otras cosas sin conseguir afrontar la necesidad de elegir a qué abocar el monto evidentemente limitado de energía de que dispongo.

Llegó el día fijado para el mazo viviente y tropecé, o eso creí. Tati, quien siempre me acompaña y sostiene en estos proyectos me dijo con claridad después: “en el momento, lo que sentí es que era todo una maraña, pero que así debía ser, que era la maraña del momento y estaba en proceso de desenrredarse”.
El caso es que me costó incluso plantear a los compañeros el tema de trabajo: dieciseis personas que convoqué y respondieron por interés, curiosidad o simpatía ante las cuales balbucée algo así como que quería “alinearme mejor con mi Inner Self y pulirme como herramienta para tal fin”.

De cualquier modo arrancamos, con el sistema ya descripto: elijo siete representantes, y cada uno elige a ciegas una carta de tarot preparada con una cadenita para ser colgada al cuello. Me acerco uno por uno, los coloco en la posición que les toca dentro de la representación de la tirada llamada “Cruz Celta”, observo fijamente su carta unos instantes, y con eso, automáticamente y sin que se sepa todavía cómo ni porqué, cada uno empieza a experimentar emociones y sentimientos, incluso ideas muy definidas, que parecieron siempre estar en sintonía con las atribuciones tradicionales de los Arcanos Mayores del tarot, del mazo Rider.
Hasta esta vez, que no entendí nada.

En la teoría que vengo armándome, el Inner Self está representado en este mazo por la carta de El Mago. Así que me sorprendió mucho cuando salió como primer carta El Diablo.
Me sorprendió menos que fuera Mariela. Esa chica tiene un componente de bastos enorme, y de hecho, creo que nunca la ví representar otra carta. Y estuvo en todas las prácticas que hicimos de mazo viviente.

Ahorrando detalles, las cartas significativas para esa lectura fueron el Diablo en lugar central, el Mago (afortunadamente) motorizando la consulta en la posición de Lo que está Detrás, y La Emperatriz, extrañamente, oficiando de obstáculo o membrana, entre el Diablo y el mejor curso de acción posible, representado por El Colgado. Como la chica que sostuvo el Colgado no tuvo mayor canalización aparente, no comentaremos más al respecto.

El total de la situación no tenía sentido para mí, y la interacción entre las cartas, menos.

El Diablo se sentía particularmente triste, y se lo veía desvaído. Mariela estaba permanentemente aplacada y con cara de resignación ya desesperanzada. El Mago parecía afable pero demasiado volátil para lo que yo esperaba de él. Volátil en el sentido de que no parecía tener ninguna clase de dirección o necesidad propia, sino una especie de buena voluntad general hacia todos, que tampoco devenía en ninguna toma de postura firme, ante nada.

Y la Emperatriz, representada por Max, opinaba sobre todo.
La asocié primero con mi madre o figura materna. Después con la sensualidad en general, inflamando la naturaleza del Diablo y distrayendo al total del sistema de la instropección del Colgado. Pero tampoco es que me vaya tan bien en la vida como para poder decir que eso verdaderamente ocurre.

No conseguimos mayores avances en todo el trabajo: el Mago avalaba al Diablo, pero eso no parecía cambiar mucho las cosas, y la Emperatriz me sacaba de quicio diciendo abiertamente al Mago “no mientas”. No conseguía distinguir si este “no mientas” venía de la impulsividad de Max opinando sobre tarot, o de mi madre desvalorizando mi guía interna.
Lo otro que decía Max era “decí lo que tenés para decir”, al Diablo.
No llegamos a nada que me pareciera valioso. Califiqué abiertamente ese trabajo de “fracaso”.

Pasaron los días siguientes inmediatos, con un marcado bajón anímico que considero producto del exceso de ejercicio espiritual de esos días. Las sesiones de mazo viviente consumen mucho, y lo de trabajar sobre uno y después atender a otros no parece una práctica prudente.




Dos semanas después, aproximadamente, tendría en mi encuentro semanal con Alicia la experiencia denominada “Pink Floyd Mama”.
En ella se evidenció una imagen interna de mi madre literalmente monstruosa, pese a lo cual yo me encontraba deseoso de apego.
La devolución de Alicia al respecto fue “es lógico: querés tener una mamá que atesorar. Pasa que con la que tuviste, no podés. Ya vas a tener una mamá que atesorar, pero no ésta”.
Ya acostumbrado a no entenderla, me fuí sin intentar pensar en nada.

Esa semana decidí dejar un poco el deporte, porque estaba demasiado lleno de dolores y me estaba empezando a poner rígido. La solución era dedicarle más tiempo agregando ejercicios de estiramiento y relajación, o suspender todo y permitir que la relajación llegara sola.
Prometiéndome retomar en breve, suspendí por unos días.






















A la semana siguiente, la visualización fue bastante distinta.
Apenas empezar ví una carta de tarot, pero fué demasiado fugaz para retenerla.
Las primeras imágenes fueron de mucha luz, luego apareció una viejita, muy viejita, muy blanca, tapada por velos blancos. Parecía una ancianita que probándose un vestido de novia, se hubiera olvidado y salido a la calle. No se la veía, pero yo sabía que debajo del velo era distinta e igual a mi madre histórica, real. Yo también aparecía lleno de luz, y el centro de la escena estaba ocupado por una especie de estrella blanca, de la que irradiaba una catarata intensísima de luz blanca plateada.
Tan intensos eran todos los blancos, que las figuras se veían con claridad solamente porque yo sabía que estaban ahí y qué eran.

La distancia física de las figuras, la blancura de la luz y de todas las figuras, la sensación general del conjunto, daban una sensación de pureza previa a la calidez: en una secuencia intuitiva, sobre esto se podría basar la calidez aunque ahora no estuviera presente, o estuviera presente pero subsumida a sensaciones más intensas.
Pero tal vez esto sea algo que digo al momento de escribir, ya cuatro días después de la visualización.

Toda la escena parecía la foto de un matrimonio en el altar, pero la sensación era la de un encuentro o reencuentro. Pero uno tan profundo que la idea de matrimonio, por más que esa figura fuera mi madre, no sonaba fuera de lugar.



En algún momento, antes o después de lo que viene ahora, ví un muro negro, o la oscuridad misma, de frente. Y como si una puerta vaivén la hendiera, se abrió de par en par la oscuridad, dejándome ver que detrás suyo estaba La Sacerdotisa.
Tuve durante un largo segundo el diálogo silencioso que se tiene con las figuras de las visualizaciones. Fué una charla similar a la que tuviera con mi sombra, pero sin el pacto de respeto mutuo: supongo que con La Sacerdotisa no es necesario pactar. Tras lo cual se volvió a cerrar la oscuridad, pero esta vez con el conocimiento de que, detrás, estaba siempre ella. Quedó en mi una sensación de confianza desprovista de alarde.

Lo siguiente fue un poco más preocupante, porque aparecí en lo que habitualmente es el jardín de mi casa en este espacio de visualizaciones, transformado en el león que Candela nos diera en el seis de bastos, una especie de versión amable de La Bestia del cuento, y a mi lado, me quiero matar, la Bella, encarnada por una figura con la misma cara exacta de un amor fracasado que tuve. Que no tuve.
Paseábamos por el jardín, yo la presentaba a todos los personajes que habitan el jardín de mi casa. En algún momento simultáneo pero previo, privado e íntimo nos abrazábamos y besábamos con una ternura que nunca alcanzamos en la realidad.

Preocupado, pregunté más tarde a Alicia qué significa la aparición de una persona concreta en una visualización, porque en tres años, las caras concretas que aparecieron fueron cinco: mis padres y hermano, mi tía, y ella. Dos veces, ella.
Alicia respondió que una opción es que simbolice el tipo de mujer que me interesa en este momento. Que eso puede cambiar cuando termine de corregir mi imagen femenina interna.
Yo, en su lugar, tampoco le diría a nadie “es que es ella, boludo!!”, porque uno nunca sabe.
Pero por no perder la costumbre, ni traicionar el juramento que alguna vez me hice de asumir ciertas premisas y vivir en consecuencia, en algún momento deberé acercarme a ese costado de la realidad.
Por ahora no tengo apuro.

Lo último que viera ese día fue un ejército de cruces negras que se iba a través de un portal en el espacio. El portal era sostenido por un pegaso. Pero la sensación interna era y sigue siendo la que aprendí a reconocer como propia de una visualización sobrante, sin validez simbólica ni eficacia y propia de mi tendencia a seguir más allá de donde el combustible psíquico sostiene un trabajo verdadero. Las que llamo “degradadas” por ser igualmente intensas en lo visual, a veces más impactantes incluso que una visualización “posta”, pero con un dejo de sabor a plástico.

Tres días después, tres noches mejor dicho, desperté antes del amanecer con la extraña sensación de que estaba a punto de perder algo si no hacía algunas abdominales. No había angustia ni presión: era simplemente la constatación, la certeza de un hecho cercano, probable: si no hacía algunas abdominales a más tardar ese mismo día, perdería algo.
Me tomé un rato de preguntar, desde el sentir, qué sería ese algo que se perdiera,y me llegó la imagen de la rigidez muscular propia del ejercicio.
Ya hacía algunos días que las mayores contracturas se habían ido, y ahora estaban apareciendo el cansancio y las sensaciones sencillas, cotidianas, que durante varios meses estuvieran anestesiadas por el dolor y la exigencia.
Y simultáneamente, al imaginar la dureza yéndose, noté la sensibilidad de la blandura.
Recordé lo que siempre supe: tener un abdomen blando implica sentirlo.
Sentir las tripas.

Ya conté en otro lado el desarrollo paulatino, durante dos años, de sensaciones en el área de mi pecho y plexo, y las asociaciones entre eso y todo lo emotivo y sensible, lo que llamo “la función de copas”. Rápidamente, desde el inicio de terapia hasta hace un tiempo, mi pecho pasó de ser un espacio relativamente rígido y poco sensible a ser espacio de muchas sensaciones vinculadas a lo cotidiano: integré las sensaciones del área del corazón a mi vida diaria.
Sabiendo que el objetivo final del sistema de Alicia es la reconexión de cada persona con su naturaleza individual más básica y pura, me pareció totalmente coherente que el siguiente paso fuera hacia abajo: los bastos habitan el abdomen y la pelvis, ir bajando de mente a sentimiento, de sentimiento a instinto..
El instinto, lo que define el deseo primal de cada persona, vive en el fondo del vientre.
Donde está el Diablo.
Mi pobre Diablo, tan ignorado. Tal vez con algo para decir, sepultado bajo una mala relación con mi madre y con mi cuerpo, bajo la ignorancia de la represión y la disciplina.

Entendí, creí, pensé, está por verse qué hice, que una madre bien aspectada significa más dulzura que exigencia, que es una forma dulce de sentir el cuerpo: no más dolor. No más cansancio sino el reposo, la regeneración del pecho y muslos maternos.
Y obviamente, al sentir con amabilidad, con amor, mi cuerpo, lo que sea que está en el fondo de mi vientre tendrá permiso para salir.









Ilustración: Luciano Vecchio.

4 comentarios:

  1. En algún punto me hubiera gustado una ilustración más cercana a la verdad: un montón de gente metida en un sótano con cartelitos en el pecho.
    Pero ésta está demasiado buena, también.

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  2. Vamos, raro y abundante, no sea tan exigente! Las ilustraciones de Luc son un lujo, además es tarea del ilustrador hacer su version-intermpretación del texto, no cumplir los deseos del escritor.
    Beso!

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  3. intenso , raro y abundante, sus relatos realmente transportan.
    que más decir ,usted ya sabe amigo, su profunda sensibilidad es un gran don.le quiero

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  4. Meuge: totalmente de acuerdo.
    En este caso puntual, mis gustos se inclinan por lo prosaico, pero eso no quita que la ilustración esté buenísima.
    De hecho, ese Diablo triste con el mago boludón al lado me despiertan muchas cosas.

    Marie: siempre se agradece su comentario elogioso.


    A modo de addenda: creo que estoy entendiendo a qué venía el Colgado en todo esto: claramente, el periodo de quietud que sigue a este relato, que tuvo sus propias consecuencias, era ese colgado.
    Todo lo demas, en la tercera parte, en una o dos semanas.

    PD: Ivi, si pasás por acá, esta es la famosa sesión que preguntabas que onda.
    Salux!

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