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Al poco de entrar en trance, aparece la imagen de un hombre gritando contra el zócalo, mientras el suelo se abre estallando ante la irrupción de una cabeza de oso de juguete amarilla y gigante, que surge entre resplandores.
No me parece importante, por supuesto. Pero tiene algo.
Al rato de persistir, la imagen se transforma en la misma casa, partida esta vez al medio por un ojo terrible, concéntrico en colores marrones y negros.
Aparezco yo, a desnudarme frente a ese ojo. Mi imagen es al mismo tiempo débil y estoica, parezco un muchachito seguro de sí mismo, aún en la conciencia de su fragilidad.
Me sé aprobado por el ojo, pero su hostilidad persiste.
La sensación es que conoce mis defectos y los odia, pero el total de mi le sirve.
Se convierte en un chorro de alquitrán y empieza a invadir mi espalda.
Decido que eso no me gusta, lo consulto con Alicia, esta de acuerdo, pregunta qué opina mi guía.
A duras penas lo oigo, pero dice claramente que eso se tiene que acabar.
Lo corto, y aparezco al lado de mi guía, en lo que llamo “el lugar blanco”.
A poco, aparece a nuestro costado un árbol, cuya copa es el mismo ojo, pero en círculos concéntricos blancos.
La aprobación es idéntica, pero sin hostilidad.
Mi guía está al lado mío, la sensación es que no debo ir a ningún lado, simplemente quedarme con él. Fluctúa permanentemente, su forma es generalmente la de un cono de luz, a veces bidimensional.
Muchas veces se cruza algo en su terminación, a veces medialunas, a veces formas más complejas. Ahora escribiendo pienso que son estilizaciones de aureolas.
De repente, lo veo tocando una especie de órgano de iglesia, o computadora.
Me estuvo doliendo la cabeza toda la semana, en parte por un ataque al hígado, en parte por no haber podido dormir bien casi en tres noches. La cabeza no para, y tanto Alicia como yo pensamos que es el último coletazo de la mente por mantener el predominio.
Alicia se ve afortunadamente optimista de que es el final. Pero duele.
Estoy por comentárselo, y espontáneamente apoya su mano sobre mi frente, llevando rei ki.
Paralelamente mi guía mete la mano en mi cerebro: se ve como una esfera tapizada internamente por un millón de bujías encendidas. Toma las centrales y las apaga.
Al rato, veo mi cuerpo como un edificio cuya azotea fuera mi cabeza, donde se abre un hueco, como si el techo estuviera siendo refaccionado o abierto.
Soy un niño al lado de mi guía, le pregunto cuál es mi lugar en todo esto.
Sigue tocando el órgano y me contesta, pero no le creo.
Cual es tu lugar? pregunta Alicia.
“Creo que me dijo… que… mi lugar… es adentro mío”.
Mi guía sostiene una extraña planta, una flor de carne, de largos pétalos.
La mete en mi vientre, la inserta en el lugar en que irían mis intestinos y se retira.
La construcción empieza a cerrarse en el techo.
Salgo del trance.
ES IMPORTANTE SABER
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Me tenes con toda la piel de ave!! Es maravilloso como describís estos mundos en los que entras!
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