ES IMPORTANTE SABER

sábado, 21 de mayo de 2011

Ve hacia la luz, Timmy

Mario Levrero, dueño de una de las mejores prosas atormentadas que haya leído, dice que intentó durante años escribir una "experiencia luminosa" que vivió, sin lograrlo.

Que cada vez que llegaba al núcleo del asunto, la experiencia en sí resultaba sosa, literariamente intrascendente, en contraste con lo profundamente significativa que había sido en lo vivencial.

Gabriel dice que la experiencia luminosa no es catártica, por eso su narración no produce impacto: que las emociones negativas uno sí necesita purgarlas, por lo que se puede alcanzar una masa crítica en cuya acumulación se produzca suspenso, y una descarga en la que el lector pueda desentrañar el nudo y resolución de un conflicto. Pero que las emociones positivas pueden acumularse infinitamente, por lo que no hay masa crítica ni culminación.
Puse algunas palabras en boca de Gaby, pero no creo que llegue a leer esto para quejarse.

Hace mucho escribí esto, donde expreso lo más claramente que puedo mi característica entonces vigente de perder las fronteras entre yo y lo demás, y la sensación desesperante que a veces puede producir, así como su lado bello.
Hace poco empecé a experimentar un nivel interesante de integración conmigo mismo, que tuvo como efecto inesperado un aumento en la nitidez de la percepción de los demás como algo separado de mi y una sorprendente aceptación de esto.
Se me evidencia ahora el hecho desconcertante de la impenetrabilidad del otro y su total independencia respecto de cualquier cosa parecida a un deseo mío.

Extrañamente, no tengo problema en aceptar eso.

Llegó además, al mismo tiempo, una creciente percepción de otra unión e interrelación entre las cosas que construyen un contexto, junto con la muy incipiente sospecha de que los deseos pueden coincidir de modo legítimo, de que el contexto puede construirse intencionalmente de modo que sea sostén de amor y de emociones positivas de acumulación infinita.

Cuanto más me acerco a las ideas más novedosas y trascendentes de mi vida, más descubro que todas se puede expresar desde el sentido común. Las cosas como las ve cualquiera, se van pareciendo a como logro, a través de mucho esfuerzo, empezar a verlas. Y lo más raro es que nada cambia mayormente de lugar: todo parece lo mismo y realmente se podría decir que las cosas en si no cambiaron. Pero no lo es, de ningún modo.
Nada es lo mismo.


Hace dos días me di cuenta de que no quiero entrar en contacto con mi lado femenino por rechazo hacia mi madre, segundo seguido recordé muy vivamente que no soy mi madre, y una especie de mecanismo, de funciones sutiles, pero sencillo y sólido, hizo click y sentí mucho agradecimiento hacia ella por darme entre otras cosas un lado femenino que es mío y no es ella, y me va a dar muchas cosas en el futuro inmediato.
Se mezclaban la alegría de entender que esto tan valioso y fuente de cosas que deseo me pertenece porque es yo y no ella, y el agradecimiento de que me lo hubiera dado a través del parto.

Compré el libro de Levrero porque la premisa desde la que intenta escribir "La novela luminosa" y el método con que intenta abordarla reflejan mi propia problemática con el acto de escribir: yo tampoco logro describir lo importante, el eje del camino de la búsqueda de libertad. Yo también intenté comenzar por generar un contraste que permitiera mostrarlo y me perdí en el morbo de la descripción del dolor.

Además, porque lo conocí personalmente: era amigo de mi padre, pasaban a veces bastante tiempo juntos.

Lo compré en Eterna Cadencia, una librería en la que entré sin saber porqué, dado que siento bastante rechazo por cualquier lugar donde haya grandes pilas de papel, mucho mas cuanto en esas pilas pueda haber algo que me atrape y me robe mi dinero y, peor, tiempo de mi vida.

Después me di cuenta de que el nombre de la librería figura en el blog de una chica que hace mucho no veo, y que tal vez entrara buscándola.

Que en vez de a ella encontré el libro póstumo de Mario Levrero, amigo de mi padre, muerto con apenas tres años de diferencia, y me identifiqué con su problemática, pero que también y quién sabe en qué proporciones, espero en cada página encontrar alguna referencia a mi padre.

Reviví la práctica muerta de comprar libros para buscar a una mujer, para buscar a mi padre, para buscar una ayuda en lo único que tal vez sienta como una desafío que me interesa o una deuda con la literatura que permanentemente alardeo de haber podido abandonar.

Es rebuscado, pero la densidad de las coincidencias me obliga a preguntarme si avancé algo desde el momento en que deseaba que mi padre no se muriera para que pudiéramos algún día volver a jugar como cuando era chico.

Si avancé en mi modo involuntario de buscar cosas.

Si avancé en describir el núcleo de la búsqueda espiritual, en deshacerme del morbo y el facilismo que llevan a narrar la enfermedad y el sufrimiento como si merecieran espacio en la práctica artística.

Si estoy buscando las llaves debajo del farol porque es donde hay luz o porque verdaderamente cayeron en ese lugar.

Lo único claro es que al menos leer los problemas propios que otro tuvo antes que yo y ver qué hizo, puede servirme.

Creo que si, que busco luz.

Creo que si, que vuelvo a pasar por donde estuve.

Creo que es mas liviano cada vez.

Que estoy recorriendo la espiral hacia afuera, hacia arriba.

Entra una bocanada de aire fresco.

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