ES IMPORTANTE SABER

viernes, 27 de agosto de 2010

La rosa y el lecho - I

Más exorcismo por entregas. Recuerden el combo básico de cualidades de estas cosas: no van a ningún lado y son un asco.
Como recordatorio de que ahora están pasando cosas lindas, va esto y esto.


Lo primero

El primer año que hice terapia con Alicia Valero, tuve algunas visualizaciones totalmente metafóricas, pero extremadamente significativas.
Prácticamente al primer momento supe lo que significaban, pero me tomó un año y medio más hacerme cargo, y llegó a ser necesario pasar de lo metafórico a lo literal, al recuerdo directo, para que pudiera dejar de negarlo.

La primera fue una rosa roja, color sangre, en medio de la oscuridad.

Posteriormente apareció, tras la rosa, un lecho de cortinas también escarlata oscuro.
Había gente moviéndose detrás de las cortinas, y yo sabía lo que estaba pasando, pero aprovechaba no poder verlo para pensar que no lo sabía.
Si hubiera aceptado ahí mismo lo que ya sabía, probablemente hubiera acortado bastante mi tratamiento.

Para esa época ya había dejado de tener contacto regular con mi tía Alicia Saab, pero había recuerdos claros que siempre me habían intrigado, y aún tenía. Como no estaba acostumbrado a tomarme en serio a mí mismo, descalificaba estos recuerdos. Tampoco se me ocurría charlarlos con nadie.
En estos recuerdos, aparecía Alicia en sus treinta años (mis menos de diez), semidesnuda en la cama de su departamento de Once, enfrente mío. Algunas tapas clásicas de Frank Frazetta, tipicamente esas donde se ve al héroe ascendiendo hacia el altar de la hechicera, remedan las figuras de este recuerdo. Una atmósfera pesada, calurosa y húmeda es parte de la escena también.















Entre mis veinticinco y treinta años, varias veces había oficiado de profesor de gimnasia para mi tía, y me había pasado muchas de sentir una tensión sexual extraña.
Tensión sin atracción sería la mejor definición, pero lo más sorprendente siempre era la sensacion de total familiaridad, de cosa ya conocida.
Lo asociaba con estos recuerdos recurrentes de verla en ropa interior de niño, y me sentía un poco culpable de lo incestuoso de este sentimiento, al mismo tiempo que conflictuado conmigo mismo por poder sentir esta "tensión sin atracción".

Un sentimiento similar me tomaba a veces, cuando me daba cuenta de que estaba pensando en tener sexo con alguna amiga, solamente por no saber cómo sobrellevar una charla.
Todos los atajos llevaban al mismo lado, y tendía a sentirme culpable de esto.

Años después, mi hermana política Francisca, refugiada de la pasta base y la prostitución en un pueblito de Neuquén, me contaría su sensación de un encuentro con mi abuela materna Zulema. "Sentí (de Zulema) una fuerza sexual tal que si podía, me cogía ahí mismo, no porque me deseara sino por deseo de poseer y cogerse a las cosas", dijo. "A las cosas: sentí que no le importaba si yo era hombre, mujer, si quería o no, si teníamos relación o parentesco... nada, no le importaba nada de mi, solamente deseaba".
Para ese momento, mi abuela era ya un ser desvencijado, afortunadamente.


Ocurrieron algunos hechos nefastos.

Mi primo Ignacio, el hijo mayor de Alicia, se enfermó de cáncer, duró dos años y murió.
Mi padre terminó de evidenciar su locura profunda, duró cuatro años y murió.
Yo completé mientras tanto las escalas hacia la infección de hiv en una espiral de alcoholismo, soledad, desamor.
En cierto momento, encaré a mi madre y hermano, acusándolos de haber tomado provecho económico de mi bajo chantaje emocional encubierto.
A esta acusación mi madre, Felisa, respondió echándome de su casa. Casi no nos volvimos a ver desde entonces.
Mi primo había muerto hacía pocos meses, mi padre aún viviría casi dos años más.

Viví un tiempo en casas de amigos, terminé de curarme de algunas cosas del momento, retomé el ritmo natural de mi vida en lo posible.
No lo sabía, pero estaba tomando envión para volver. Hacia atrás, a lo irresuelto.
Y cambiar todo para siempre.



















Gracias Meuge por la ilustración.

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