ES IMPORTANTE SABER

lunes, 16 de agosto de 2010

Tangencial


Jodorowsky cuenta de modo muy claro el límite de los cuerpos esotéricos tradicionales: lo inasible de la experiencia vivencial sólo puede expresarse en metáforas, lo que vuelve a cualquier tradición un fenómeno útil sólo a nivel local, porque toda metáfora sirve únicamente en contexto.

Cuenta de cuánto tiempo se la pasó haciendo yoga y tratando de visualizar un elefante en Mulhadara, el chakra base ubicado entre los genitales y el ano, y uno vive con él los esfuerzos por imaginar un elefante: su fuerza, la rugosidad de su piel, su olor, el bramido de su trompa, la presencia de una pared de carne viviente.

En fin, todo lo que uno puede imaginar de algo que nunca vió más que de lejos en el zoológico, e intentar alojar todas esas sensaciones invocadas en el espacio físico de Mulhadara.

Esperando que alguna de esas cualidades active lo central del chakra, confiando en que si su símbolo es un elefante, es por algo cierto y útil.


Hasta que un día J viaja a la India, y necesita trasladarse de un sitio a otro, y cae en la cuenta de que el medio de transporte para cierta clase social en India es el elefante. Como cabalgadura.


Sube al elefante y descubre que el tamaño y forma del elefante obliga a su jinete a abrir las piernas de tal modo que queda apoyado directamente sobre el eje longitudinal, que atraviesa el perineo. Queda apoyado directamente sobre el espacio entre el ano y los genitales, la primer rueda.


Y que el movimiento del elefante es tan masivo como estable: no se siente el movimiento de las piernas del elefante, sino sólo un avance uniforme. La experiencia de andar sobre un elefante, dice, es la de sentir una bola imparable de materia y fuerza que se mueve fluídamente, una fuerza suprema, pero tan serena que ni se la siente, del mismo modo que el movimiento casi no se percibe, pero se efectúa.


Que es el tipo de relación ideal que uno debe tener con las funciones del chakra base.


La moraleja obligada es que, por muy verdadera que sea una metáfora, por muy útil que sea como guía a la hora de producir un resultado, lo es solamente si uno tuvo la experiencia directa, la vivencia de la metáfora para poder asociarla a aquello que se busca asociar.


Consideraciones de este tipo empezaron pesar cada vez más en mi estudio esotérico. Por más nerd que soy, siento mucha antipatía hacia el estereotipo del erudito inútil, que conoce las tablas periódicas pero no sabe cocinar. Lo vivencié demasiado con mi padre como para ignorar el peligro grave que esconde.


Paralelamente, retomé el trabajo con Alicia Valero y las sesiones se volvieron repentinamente únicas, en el sentido de que visualicé y vivencié montones de arquetipos claramente trascendentes y reconocibles, pero absolutamente indescriptibles en su gran mayoría. Los que permanecían dentro de lo descriptible, llamativamente, no pertenecían a lo que reconozco como mi imaginario o repertorio normal de imágenes.

Mis estudios se revelaban inútiles para dar sentido a lo que vivía en sesiones, y lo más claro que sentía al respecto, en lugar de desilusión o frustración, era alivio y frescura.


Llegó el día en que una mezcla de ideas tan argumentable como cualquier otra me llevó a intentar el estudio del mazo thoth con una de las personas que reconozco como mi mayor en estos temas.

Apenas empezó la clase, noté un fastidio intelectual muy grande.

No llegaba a ser cansancio porque estoy entrenado en atribuir cualidades a elementos de un sistema, pero había una muy marcada sensación de futilidad. De desinterés ante un tema ya agotado para mi, de falta de entusiasmo en seguir agregando granitos de arena a un conjunto en el que ya tengo casi más de lo que quiero.

No es que lo tenga todo, es que tengo todo lo que quiero.


Algo en la clase me recordó intentos de diseño de meditaciones sobre diferentes cartas que hiciera en otro momento, y se hizo evidente que los contenidos de la clase sólo empezarían a tener algún sentido tras varias horas de concentración en alpha sobre cada carta individual, y la trampa jodorowsky me resultó menos amenazante que simplemente desmotivadora.

Tengo demasiadas tareas hoy día para sumarle esta, pensé, lo que vino a demostrar una vez más lo muerta que está mi líbido respecto del tarot.

E incluso suponiendo que lograra alcanzar cierta efectivdas, la sola idea de exponerme a la influencia de un arquetipo por algo tan caprichoso como un cronograma de clases me parecía desequilibrante más allá de lo aceptable: no necesito estar un dia bajo el influjo del Emperador solamente porque toca, y no tengo deseo de sobrellevar las consecuencias que eso pueda traer, los desajustes que puede producir en mi conducta en un momento donde tengo que adecuarme a tantas otras cosas.

Lo que también me llamó la atención sobre lo muerto de mi líbido respecto a la búsqueda de emociones.

Pareciera que senté cabeza, o me volvi aburrido.

No renegaria de ninguna de las dos.


Alicia me había advertido, mucho atrás, que llegado cierto nivel de sensibilidad, uno simplemente no quiere saber, rechaza lo enciclopédico. Lo recordé muchos días después. No me produce particularmente orgullo, simplemente me parece obvio no querer sobrecargar mi cabeza o cuerpo con emociones, vivencias, contenidos, que no sean absolutamente provistos por el día a día. Que ya bastante trae.

Abandoné a la segunda clase, tranquilo de que probablemente no vuelva a hacer nada relacionado al tarot.

Solo habíamos llegado a ver un par de cosas, entre ellas el Arcano “El Loco” y su significación de caos primordial, nada central de la que puede surgir cualquier cosa.


Finalmente, al mismo tiempo, buscando algo en qué pasar los días, aprovechando otro conjunto de circunstancias y saldando una vieja deuda, empecé mi primer taller de clown, con Sathya Sokolovsky.

Sathya también habla de El Loco, pero principalmente habla de algo que llama “estado de clown”, y tiene una notable habilidad para inducirlo en los demás de modo tangible.

Una de sus mejores herramientas, además de su evidente formación, es lo inesperado de su risa. Y lo directo, dirigido, de su risa: se ríe, siempre, de vos.

Y nunca de algo que vos esperes de vos.

Y siempre de un modo tal, que descubrir que hiciste algo gracioso te produce más que cualquier otra cosa, alegría de ser gracioso y curiosidad por saber qué hiciste. Automáticamente uno se vuelve un niño que trata de verse a sí mismo sin espejo, contento de estar buscando algo muy lindo que llevaba encima sin saber.


Muy rápidamente, en la primer clase, logró desactivar a mi hipercrítico que se relaciona con los demás en base a jerarquías, rechazo y atracción. En cosa de minutos logró llevar mi eje de percepción y relación a un lugar nuevo donde realmente dejé de evaluar si los demás me gustan o no. Extrañamente, esto tambien desactivó el reloj interno: el presente se me expande cuando no objetivizo a los demás.


Ahora, ahora mismo, escribiendo, me doy cuenta de que empecé tal vez el viaje práctico. Me metí adentro de la carta, la hago mi realidad, no me pregunto y no trato de hacerme imágenes sobre cómo se sentirá el caos fértil.

1 comentario:

  1. Gracias roge el loco el O es para mi la carta payasa... a mi me llamo mucho la atencion cuando la descubri, era una representacion simbolica del estado que venia entrenando. Es una red a la cual entramos por un hilo o por otro, pero que por suerte esta bien tejida con su trama sorprendente, conteniendo simpre para poder saltar al vacio con confianza.

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