ES IMPORTANTE SABER

martes, 7 de septiembre de 2010

La rosa y el lecho - III

Lo cierto.

Durante cinco semanas más, en cada sesión de las subsiguientes continué viendo diferentes formas de bocas, agujeros y vórtices dentados.
Un viernes, finalmente, Alicia terapeuta se rindió a la evidencia y dijo "parece que vas a tener que confrontar, va a ser la única manera de que se te vaya el miedo".
Fue como si mi cuerpo hubiera recibido una orden. Le dije "si, parece que si" y me levanté, agotado pero fuerte. Nos despedimos hasta la próxima sesión y fuí a casa a dejar la bici. No suelo preocuparme por manejar bici en el tránsito, pero esta vez sabía que iba a volver conmovido, fuera cual fuera el resultado, y tuve algo de aprensión.
Dejé la bici y tomé el subterráneo desde mi pensión hasta Once.

En todo el camino iba pensando qué decir, cómo decirlo.
Me preguntaba si no estaría equivocado, como me lo había preguntado durante cinco semanas.
Pero una sensación casi nunca sentida me decía que estaba haciendo lo correcto.
Y la verdad es que no podía seguir viviendo con la duda.

Al llegar a lo de Alicia tia, alguien me abrió la puerta, no recuerdo quien, tal vez el portero. Me conoce de muchos años, ya.
Así que me presenté directo en su puerta.
"Roge! qué sorpresa".
"Tenemos que hablar algo muy serio"
"¿Tan serio que no me podés dar ni un beso?"
"Si".
Como para besos estaba.

Nos sentamos y busqué un segundo las palabras. Salieron rápido.
"Hace cinco semanas, encontré en terapia un recuerdo muy fuerte. Un recuerdo que te incluye".
"Yo tenía alrededor de ocho años, menos de diez. Estábamos solos."
"Tenías la mirada vidriosa y perdida, no sé porqué. Me llevaste a la cama, me desnudaste y tuviste un orgasmo frotándote conmigo".

Esperé que hiciera alguna pregunta, pero lo que llegó fue una acusación de locura, seguida de "andate ahora mismo, en esta casa no hay espacio para locos".
Llegué hasta la puerta y antes de irme me surgió decir "considerá que si así termina nuestra relación, es por tu voluntad, y que fuiste la primer persona con que hablé esto".
"Nunca tuve tiempo para la locura", fue su respuesta.

Aproveché que estaba a diez cuadras de casa de Felisa para hacer el combo completo.
Toqué timbre, me dijo que estaba enferma, que entrara.
"No vine con la llave, y no quiero quedarme más de un minuto: bajá".
Apareció, presa de alguna de sus constantes gripes y neumonías de fumadora empedernida, el plexo hecho un agujero como siempre, una mano colgando como si quisiera agarrarse de algo que colgara a su costado, mi madre.
Carne de mi carne.
Abrió la puerta y entré al pasillo.
No le di mucho tiempo a hablar, le pregunte directamente si había hablado con su hermana Alicia. No.
"Porque vengo de decirle que ahora me acuerdo de cuando ella me cogió: yo tenía nueve años... y tu hermana... me cogió".
Vi en su cara una especie extraña, precisa, de dolor: el de la persona tan acostumbrada a ciertos sufrimientos que ya no quiere acordarse de que a otros también les pasa, no le importa, no quiere saberlo. Fue casi imperceptible: en realidad, casi no parecía haber escuchado.
"Y esta noche cierro todas las cuentas: la de ella es esa, la tuya es que nunca me quisiste, me abandonaste cada vez que se te ocurrió, y me cagaste todo lo que pudiste".
No recuerdo ya bien, pero creo que no intentó decir nada.
Salí del pasillo a la calle, doblé la esquina, entré al subterráneo.

Todo el camino de vuelta me sentí extraño, como si hubiera ganado una batalla que no estaba seguro de haber librado.
Me faltaba alguna clase de demostración tangible, pero supe rápidamente cómo conseguirla.
Tendría que esperar hasta el lunes.

2 comentarios:

  1. Cumplo con lo que quedamos: pasé, me gustó mucho, espero más...

    ResponderEliminar
  2. juiii!
    cuando nos veamos te cuento el epílogo!
    tuvo lugar la semana pasada, y fue re positivo.
    Totalmente inesperado, y re positivo.

    ResponderEliminar