
En el día del Sol, elevo mi plegaria a Jacob King Kustzberg, para que bendiga mi producción con su generosidad creativa y su caudal infinito.
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Que así sea, si es que está en mi destino.
Pregunto por la estabilidad y crecimiento económico (porque con estabilidad sola, donde estoy ahora, no alcanza), y me responden que si, que es muy probable y cercana.
Pero sigo sin tener la menor idea de cómo ni qué hacer.
El vértigo se vuelve panico cuando me doy cuenta de que, llegado a este nivel de seriedad en mis consideraciones, no puedo seguir pensándolo por mi cuenta: ir a mi trabajo pensando que estoy buscando la oportunidad de irme me huele a doblez y me angustia. Prefiero, tanto por no tomarme la molestia de mentir, como por cierto miedo a que “me descubran”, como por una cuestión básica de devolución de positivo por positivo, ser frontal con mi jefe y que, por lo menos, sepa que estoy pensando seriamente en irme.
Pero eso también me confronta con la seriedad con que tomo mi palabra. Me siento neuróticamente obligado a poner plazos y cumplirlos, sea como sea, y llegado el día propuesto renunciar, incluso si no tengo a dónde ir.
El I Ching desestima ese camino, una cosa es dar un salto de fe y otra es tirarse de cabeza a un charco, en bolas y gritando.
La sensación de encrucijada inminente me eriza la piel por momentos, la seriedad de mis pensamientos y la propia del asunto me tensionan como hacía años no lo sentía, no por tener mayor intensidad. Todas las presiones de los últimos tiempos fueron totalmente diferentes: una cosa saturnina de agobio, de tiempo hostil, de invierno y noche oscura ante los cuales sólo cabía ser estoico como una piedra. Lo cual dentro de todo es fácil: aguantás o te quebrás, y podés maldecir mil veces tu destino, pero nunca sentirte responsable. Las cagadas de mis padres, los caprichos del destino, la humildad de doblegarse ante todo lo que nos excede... todo eso no cuadraba acá, ni un momento.
Simplemente, tengo una decisión importante entre manos, y me pesa.
De un lado, un trabajo en el cual me siento progresivamente inútil por estar desmotivado en la base, mientras externamente todo está bien.
Del otro, la necesidad clara de buscar aquello que me motive, de terminar de emparejarme conmigo mismo como para poder alinear líbido, acción y economía con sueños, proyectos e idealizaciones.
Y simplemente, pero no por eso menos escalofriante, empezar por fin a trabajar en la realización de mis ideales.
Aún suponiendo que supiera cuáles son, la posibilidad de encarar el trabajo y fracasar me estremece.
Pero la posibilidad de fracasar por ni siquiera poder encarar el trabajo me angustia aún peor.
Y de algún modo, me hace tomar la determinación de esperar con los sentidos muy, muy atentos, la oportunidad que venga de cambiar de trabajo, sabiendo que venga lo que venga dificílmente sea más que sólo un peldaño hacia la realización.
Y que hay que empezar, porque ya no me atrevo a pagar más facturas vencidas.
Pierdo dos oportunidades de franquearme con mi jefe, pero lo logro un lunes y, minutos después de la charla, el temor a las facturas vencidas se vuelve paulatina y moderadamente, deseo de avanzar.
Pero sigue sin tener una dirección precisa.
Pienso en retomar el trabajo de masajista, que cayera solo en desuso ante la pérdida gradual de todos mis pacientes. Pero no encuentro ganas de publicitar, ni siquiera de trabajar plenamente de eso, ahora.
Pienso en desarrollar de algún modo mi carrera de escritor, hago algún tanteo tímido.
No juego las cartas más fuertes porque noto que todavía me falta lucidez como para usarlas de modo positivo: no sé qué clase de escritor soy, dónde cuadro. No quiero verme en situación de tener que escribir por compromisos y sufrirlo.
No quiero volver a caer en la situación de tener que hacer algo que no es íntimamente propio para vivir.
Desde ahí, de a poco voy perfilando un norte.
No es “lo que me guste”, “lo que me divierta” u otras formulaciones. Es “lo que sea íntimamente mío”.
Ese me suena como el único motor posible que me preserve de transformar mi trabajo, cualquiera sea, en una lima que se vaya comiendo los días de mi vida.
Recuerdo permanentemente la aseveración de Alicia, sin entender porqué.
“La gente busca avales para su trabajo y su desempeño en los títulos, credenciales, certificados... pero el aval lo da la sombra”.
“Pero yo ya hice las paces con mi sombra” le digo.
“Una vez, si”, responde.
Tirado en casa, temblando ante la incertidumbre, pienso en la última sesión, donde claramente me someto a los designios de mi niño interior y guía. Una parte mía dice “si lo que hace falta es paz con la sombra, vamos a por ello!”.
Y otra parte dice “si es lo que nuestro señor dispone”.
Una tercera se ríe agarrándose los pies y diciendo “quien te ha visto y quien te ve”.
El símbolo usado (creo que se había repetido de sesión en sesión, pero no estoy seguro) era uno muy similar al de los cristianos originales, una especie de pescado en posición vertical.Su título en la baraja de Alicia es “conflicto entre lo material y lo espiritual”. Que, sorprendentemente, Alicia me dijera que le sale mucho en su propio trabajo sobre ella.
Ni imagino cómo trabajará sobre ella, aunque sé que a veces pide ayuda a aquellos pacientes dados de alta que se hayan autodesarrollado como terapeutas, que parecen ser un porcentaje importante (que se yo, un 5, 10 por ciento, por decir algo, que es una barbaridad - ¿cuántos pacientes de un dentista se vuelven dentistas?).
Durante esa semana, experimento aún más rechazo a consultar los oráculos, al mismo tiempo que, ante las pocas consultas que hago, encuentro respuestas inusualmente satisfactorias, pese a lo insospechable o incomprensible. Incluso sin entenderlas muchas veces, me producen un estado interno de reposo y satisfacción serena, en parte por una resignación nueva a los tiempos y exigencias de la vida, creo yo.
Creo que los oráculos me hablan mucho de eso, ahora.
También por las preguntas que hago ahora.
Sobre lo que más consulté, fue sobre mi trabajo actual.
No encontré el momento de contarlo, pero mi trabajo actual es una de las acciones e innovaciones importantes de este año. Estoy, en términos generales, muy contento con el cambio y con el lugar en sí.
Sin embargo, atravieso momentos de stress y angustia que recién ahora empiezo a comprender.
Mi jefe usa un concepto, cuando expresa cosas que le conviene que pasen, política o técnicamente, que es el de “apropiación”. Si uno de sus superiores o subordinados se “apropia” de los proyectos que él plantea, eso le conviene enormemente.
Yo experimenté durante algunos meses una apropiación de algunos aspectos del trabajo, que me reconectaron con las pocas veces que logré dar rienda suelta a proyectos enteramente propios.
Tiendo a estar en esos momentos en todos lados alrededor del trabajo, por encima y por debajo y por delante y por detrás, motorizando y previendo y definiendo, etc., etc.
Sin embargo, hace ya un par de meses largos que en mi trabajo tiendo a vivir sobresaltos muy angustiantes cuando descubro que dormí sobre algo que ahora me viene a buscar, o agobios muy intensos cuando me doy cuenta de que tengo que correr y hacer cosas de último momento por cuestiones políticas que, en el fondo, considero despreciables.
Interrogarme sobre porqué duermo con cosas necesarias, porqué me sorprenden elementos que ya conozco o debiera conocer del trabajo, porqué me preocupan actividades que en realidad ya debería manejar con una mano, me lleva a evaluar todo, y llegar a la conclusión inevitable: si está todo bien con mi jefe, está todo bien con mis compañeros y lugar de trabajo, está todo bien con el trabajo en sí, que me parece algo noble y digno de ser hecho, y ni así logro apropiármelo, hacerlo mío... es porque no es lo mío.
Una parte de pereza y otra de inseguridad se turnan para lastrar el darme cuenta de que tengo que volver a saltar al vacío. Me recuerdo que en sesión ya experimenté el salto al vacío como algo mucho menos importante de lo que parece: tengo razones para pensar que lo que considero un abismo se revela apenas un peldaño, una vez dado el salto.
Peeeroo....
Empiezo a considerar y consultar seriamente la posibilidad de renuncia, y a medida que los oráculos van confirmando que lo más seguro es que antes de fin de año ya no esté más en este trabajo, empiezo a sentir vértigo. Sobre todo porque me dejan muy claro que parte del asunto depende de que yo active, mientras simultáneamente me dejan también muy en claro que no voy a tener ni la más mínima facultad cognitiva para saber o ver hacia dónde tengo que ir: ni inteligencia, ni intuición.
No se me ocurre salto de fe más puro, ni más aterrador.