ES IMPORTANTE SABER

domingo, 31 de octubre de 2010

Culto y tributo














En el día del Sol, elevo mi plegaria a Jacob King Kustzberg, para que bendiga mi producción con su generosidad creativa y su caudal infinito.


/>















Que así sea, si es que está en mi destino.

sábado, 30 de octubre de 2010

La llamada de lo pánico - IV

Pregunto por la estabilidad y crecimiento económico (porque con estabilidad sola, donde estoy ahora, no alcanza), y me responden que si, que es muy probable y cercana.

Pero sigo sin tener la menor idea de cómo ni qué hacer.

El vértigo se vuelve panico cuando me doy cuenta de que, llegado a este nivel de seriedad en mis consideraciones, no puedo seguir pensándolo por mi cuenta: ir a mi trabajo pensando que estoy buscando la oportunidad de irme me huele a doblez y me angustia. Prefiero, tanto por no tomarme la molestia de mentir, como por cierto miedo a que “me descubran”, como por una cuestión básica de devolución de positivo por positivo, ser frontal con mi jefe y que, por lo menos, sepa que estoy pensando seriamente en irme.

Pero eso también me confronta con la seriedad con que tomo mi palabra. Me siento neuróticamente obligado a poner plazos y cumplirlos, sea como sea, y llegado el día propuesto renunciar, incluso si no tengo a dónde ir.

El I Ching desestima ese camino, una cosa es dar un salto de fe y otra es tirarse de cabeza a un charco, en bolas y gritando.


La sensación de encrucijada inminente me eriza la piel por momentos, la seriedad de mis pensamientos y la propia del asunto me tensionan como hacía años no lo sentía, no por tener mayor intensidad. Todas las presiones de los últimos tiempos fueron totalmente diferentes: una cosa saturnina de agobio, de tiempo hostil, de invierno y noche oscura ante los cuales sólo cabía ser estoico como una piedra. Lo cual dentro de todo es fácil: aguantás o te quebrás, y podés maldecir mil veces tu destino, pero nunca sentirte responsable. Las cagadas de mis padres, los caprichos del destino, la humildad de doblegarse ante todo lo que nos excede... todo eso no cuadraba acá, ni un momento.


Simplemente, tengo una decisión importante entre manos, y me pesa.


De un lado, un trabajo en el cual me siento progresivamente inútil por estar desmotivado en la base, mientras externamente todo está bien.

Del otro, la necesidad clara de buscar aquello que me motive, de terminar de emparejarme conmigo mismo como para poder alinear líbido, acción y economía con sueños, proyectos e idealizaciones.

Y simplemente, pero no por eso menos escalofriante, empezar por fin a trabajar en la realización de mis ideales.

Aún suponiendo que supiera cuáles son, la posibilidad de encarar el trabajo y fracasar me estremece.

Pero la posibilidad de fracasar por ni siquiera poder encarar el trabajo me angustia aún peor.

Y de algún modo, me hace tomar la determinación de esperar con los sentidos muy, muy atentos, la oportunidad que venga de cambiar de trabajo, sabiendo que venga lo que venga dificílmente sea más que sólo un peldaño hacia la realización.

Y que hay que empezar, porque ya no me atrevo a pagar más facturas vencidas.


Pierdo dos oportunidades de franquearme con mi jefe, pero lo logro un lunes y, minutos después de la charla, el temor a las facturas vencidas se vuelve paulatina y moderadamente, deseo de avanzar.


Pero sigue sin tener una dirección precisa.

Pienso en retomar el trabajo de masajista, que cayera solo en desuso ante la pérdida gradual de todos mis pacientes. Pero no encuentro ganas de publicitar, ni siquiera de trabajar plenamente de eso, ahora.

Pienso en desarrollar de algún modo mi carrera de escritor, hago algún tanteo tímido.

No juego las cartas más fuertes porque noto que todavía me falta lucidez como para usarlas de modo positivo: no sé qué clase de escritor soy, dónde cuadro. No quiero verme en situación de tener que escribir por compromisos y sufrirlo.

No quiero volver a caer en la situación de tener que hacer algo que no es íntimamente propio para vivir.


Desde ahí, de a poco voy perfilando un norte.


No es “lo que me guste”, “lo que me divierta” u otras formulaciones. Es “lo que sea íntimamente mío”.

Ese me suena como el único motor posible que me preserve de transformar mi trabajo, cualquiera sea, en una lima que se vaya comiendo los días de mi vida.


Recuerdo permanentemente la aseveración de Alicia, sin entender porqué.

“La gente busca avales para su trabajo y su desempeño en los títulos, credenciales, certificados... pero el aval lo da la sombra”.

“Pero yo ya hice las paces con mi sombra” le digo.

“Una vez, si”, responde.

Tirado en casa, temblando ante la incertidumbre, pienso en la última sesión, donde claramente me someto a los designios de mi niño interior y guía. Una parte mía dice “si lo que hace falta es paz con la sombra, vamos a por ello!”.

Y otra parte dice “si es lo que nuestro señor dispone”.

Una tercera se ríe agarrándose los pies y diciendo “quien te ha visto y quien te ve”.


martes, 26 de octubre de 2010

La llamada de lo pánico - III

El símbolo usado (creo que se había repetido de sesión en sesión, pero no estoy seguro) era uno muy similar al de los cristianos originales, una especie de pescado en posición vertical.Su título en la baraja de Alicia es “conflicto entre lo material y lo espiritual”. Que, sorprendentemente, Alicia me dijera que le sale mucho en su propio trabajo sobre ella.

Ni imagino cómo trabajará sobre ella, aunque sé que a veces pide ayuda a aquellos pacientes dados de alta que se hayan autodesarrollado como terapeutas, que parecen ser un porcentaje importante (que se yo, un 5, 10 por ciento, por decir algo, que es una barbaridad - ¿cuántos pacientes de un dentista se vuelven dentistas?).


Durante esa semana, experimento aún más rechazo a consultar los oráculos, al mismo tiempo que, ante las pocas consultas que hago, encuentro respuestas inusualmente satisfactorias, pese a lo insospechable o incomprensible. Incluso sin entenderlas muchas veces, me producen un estado interno de reposo y satisfacción serena, en parte por una resignación nueva a los tiempos y exigencias de la vida, creo yo.

Creo que los oráculos me hablan mucho de eso, ahora.

También por las preguntas que hago ahora.


Sobre lo que más consulté, fue sobre mi trabajo actual.

No encontré el momento de contarlo, pero mi trabajo actual es una de las acciones e innovaciones importantes de este año. Estoy, en términos generales, muy contento con el cambio y con el lugar en sí.

Sin embargo, atravieso momentos de stress y angustia que recién ahora empiezo a comprender.

Mi jefe usa un concepto, cuando expresa cosas que le conviene que pasen, política o técnicamente, que es el de “apropiación”. Si uno de sus superiores o subordinados se “apropia” de los proyectos que él plantea, eso le conviene enormemente.

Yo experimenté durante algunos meses una apropiación de algunos aspectos del trabajo, que me reconectaron con las pocas veces que logré dar rienda suelta a proyectos enteramente propios.


Tiendo a estar en esos momentos en todos lados alrededor del trabajo, por encima y por debajo y por delante y por detrás, motorizando y previendo y definiendo, etc., etc.


Sin embargo, hace ya un par de meses largos que en mi trabajo tiendo a vivir sobresaltos muy angustiantes cuando descubro que dormí sobre algo que ahora me viene a buscar, o agobios muy intensos cuando me doy cuenta de que tengo que correr y hacer cosas de último momento por cuestiones políticas que, en el fondo, considero despreciables.


Interrogarme sobre porqué duermo con cosas necesarias, porqué me sorprenden elementos que ya conozco o debiera conocer del trabajo, porqué me preocupan actividades que en realidad ya debería manejar con una mano, me lleva a evaluar todo, y llegar a la conclusión inevitable: si está todo bien con mi jefe, está todo bien con mis compañeros y lugar de trabajo, está todo bien con el trabajo en sí, que me parece algo noble y digno de ser hecho, y ni así logro apropiármelo, hacerlo mío... es porque no es lo mío.


Una parte de pereza y otra de inseguridad se turnan para lastrar el darme cuenta de que tengo que volver a saltar al vacío. Me recuerdo que en sesión ya experimenté el salto al vacío como algo mucho menos importante de lo que parece: tengo razones para pensar que lo que considero un abismo se revela apenas un peldaño, una vez dado el salto.


Peeeroo....


Empiezo a considerar y consultar seriamente la posibilidad de renuncia, y a medida que los oráculos van confirmando que lo más seguro es que antes de fin de año ya no esté más en este trabajo, empiezo a sentir vértigo. Sobre todo porque me dejan muy claro que parte del asunto depende de que yo active, mientras simultáneamente me dejan también muy en claro que no voy a tener ni la más mínima facultad cognitiva para saber o ver hacia dónde tengo que ir: ni inteligencia, ni intuición.

No se me ocurre salto de fe más puro, ni más aterrador.

sábado, 23 de octubre de 2010

La llamada de lo pánico - II

Al mismo tiempo que pienso eso, entre otras cosas que no voy a detallar porque porque concordamos con Alicia en considerarlas interferencia, veo mi cabeza abierta como la terminación de una torre de ajedrez, como si mi cráneo fuera un balcón en forma de taza, y el espacio vacío dentro de esa taza lleno de cielo azul con nubes, como un margritte.

Alicia me insta a que permanezca en esa contemplación, hasta que todo mi cuerpo se vacía y se llena de cielo, volviéndose casi invisible. Apenas veo la silueta de parte de mi espalda transparentada contra el cielo al final, y en ese momento vuelven a aparecer mi guía, como un viejo fantasma barbudo e inmenso por detrás, enroscado, cubriendo toda mi espalda y encorvando su cuerpo de modo que nuestras frentes coincidían, entrecejo con entrecejo. Y el niño flotando enfrente mío y, repentinamente, pasando su cuerpo a través del mío desde atrás, a través del espacio entre plexo y corazón.

Quedó ahí, con la cabeza saliendo de mi pecho como un trofeo de pared viviente y mirando hacia delante. Su cara reflejaba mucha alegría, como un niño viendo algo que lo pone muy contento.

Consideramos un buen momento para terminar la sesión, cuando abro los ojos veo a Alicia levantando los brazos, en gesto simultáneo de victoria y de agradecimiento al cielo.
El símbolo usado (creo que se había repetido de sesión en sesión, pero no estoy seguro) era uno muy similar al de los cristianos originales, una especie de pescado en posición vertical.

jueves, 21 de octubre de 2010

La llamada de lo pánico - I (de muuuchos)

Dos sesiones seguidas con Alicia fueron absolutamente infructuosas.
Cada vez que intentábamos entrar en trance, inmediatamente era tomado por sensaciones de enojo y rechazo tan intensas, que no podíamos ni empezar a visualizar.

La segunda vez de éstas, no se lo dije, pero había experimentado algo similar a una visualización, y consistía en una especie de conos divergentes de hierro, rodeados de alambre de espino cual enredadera.

La imagen me parecía tan clara en cuanto a la dureza inflexible e irreconciliable, que no creí que agregara nada contarla.

Alicia se veía francamente preocupada, casi llegando a lo angustiada, dentro de lo desprendida que es del mambo de cada uno de sus pacientes o allegados.
Suele bromear diciendo “esto que vivís como un problema, no me preocupa, y ojo: eso es porque te tengo confianza, no solamente porque lo tengas que resolver vos y no yo”.

Pero ahora se la veía preocupada.

Yo, mientras, sufría agotadoras tensiones durante la semana, fruto de saber con claridad directa que todo el trabajo con ella se basa en lograr la conciliación con el yo interior, y al mismo tiempo saber que a mi yo interior mis planes y valores le importan absolutamente nada. Por lo que, si conciliara con él, sería en base a la total renuncia a mis planes y valores, en favor de una instancia que hasta ahora tuvo la puta costumbre de manifestarse de modos débiles, ambiguos y aparentemente caprichosos.

Finalmente, de algún modo, posiblemente debido a la excesiva lectura de la versión extendida del i ching, terminé aceptando que esta figura fantasmagórica e incapaz de manifestarse tangiblemente, es más importante que yo.
La punta del iceberg, el 95% del cerebro que no usamos, la inmensa red neuronal extracerebral, o la emoción y el instinto complementando el intelecto, o el inconciente y toda su galería de conceptos y órganos psíquicos, lo que sea: sobran formas de interpretar el yo conciente como una parte minoritaria del organismo.

Concebí de modo positivo ser el apéndice material de un organismo mayor, cuyas consideraciones incluyen todo lo que es mi vida sensible, pero como parte de un todo que no voy a lograr ver jamás, así que tampoco es de esperar acuerdo de mi parte en los planes de este ente que me incluye. Pero es razonablemente seguro esperar de su parte hacia mí buena voluntad e intención de cuidado.

A los empujones, mientras, tuvimos la sesión donde experimenté el oceáno de miedo, y luego aquella donde no entendí nada pero me llevó a recontactar con mi madre.

En la siguiente sesión a estas cuatro, todo dió un vuelco repentino.
Durante la semana de preparación a esta sesión, o de descanso entre sesiones, o simplemente durante la semana, había experimentado un extraño rechazo a consultar los oráculos sobre ciertas cuestiones, y una rapidísima saciedad en los casos en que sí los consultara.

No recuerdo todos los detalles de la sesión ahora, no los tomé en su momento y posiblemente se hayan perdido para siempre, y es casi seguro que lo que recuerdo ahora no fuera lo central, pero sirve a los efectos del hilo de hoy.

En cierto momento, de algún modo, remedamos una situación que ya había visualizado anteriomente, en la que mi niño interno (regularmente un Rogelio de dos años), mi yo presente y mi yo Superior o guía (esta vez apareciendo como un viejo mezcla del ermitaño del thoth, y un gandalf particularmente corpulento), coincidimos en una misma mesa.

La sensación permanente, que tenía mucho que ver con cómo me venía sintiendo en varios aspectos de mi vida, especialmente en el trabajo, era la de ser yo demasiado tonto para entender de qué se hablaba.

Esta incomodidad se veía sólo ligeramente moderada por la benevolencia con que sentía que mi niño interno y guia se reían de mi. Desprendían una mezcla entre pensar que en el momento adecuado yo entendería y que en realidad si nunca entiendo nada no importa.

lunes, 18 de octubre de 2010

19 08 10

En la visualización del 19 de agosto, lo primero que veo es a mí mismo correr hacia una puerta que conecta un espacio negro en el que estoy al comienzo, con un espacio lleno de colores, movimiento, alegria y juego. Corro hacia esa puerta con entusiasmo pleno, pero cuando llego miro hacia atrás, y me veo a mi mismo, desdoblado: un Rogelio está por atravesar el umbral, y sólo espera a que el otro Rogelio se sume.
Pero el segundo Rogelio está paralizado, y por primera vez siento con claridad qué le pasa.

“Tengo mucho miedo de una traición”.

No puedo, simplemente, creer que algo bueno suceda sin más, y estoy aterrorizado por la posibilidad de creerlo y que alguien, incluído yo mismo, lo arruine.


La visualización se desarrolla, y en cierto momento percibo el miedo fuera de mí. Luego diría: “es lo más parecido a Dios que se me pueda ocurrir: es un océano de miedo, es infinito”.
Ví literalmente un cielo de miedo, que abarcaba de horizonte a horizonte.
Era blanco.


Me clavaba al lugar. Estaba frente a un abismo invisible, la tarea era tirarme a él. Pero ningún musculo me obedecía. Mi cuerpo era, simplemente, inerte.
Jamás había experimentado semejante pérdida de control: el miedo había desconectado cualquier clase de voluntad de movimiento de mi cuerpo.

Alicia me insiste, pero no consigo actuar. Eventualmente dice “entonces, estoy yo atrás tuyo, y te empujo”.

De algún modo, aparezco inmediatamente tirado sobre pasto, como descubriendo que en vez de un abismo era un peldaño mínimo.
No lo creo, pero Alicia dice que con esto ya es suficiente para la sesión, que “la computadora ya vió que saltar al vacío no es nada”.

El maravilloso mundo facebook - II

Probablemente no se mereciera esta respuesta, y se la haya dado por que me puso de malhumor al recordarme que yo tampoco tengo novia. Qué se yo...


Señora XX: hola
te agregue para saber si puedes ayudarme

Yo: buen dia
en que?

(todavía estaba de buen humor)

Señora XX: buen dia
perdi ami novio
y quisera recuperarlo
lo amo

Yo: en serio me estás diciendo esto?

Señora XX: siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Rogelio: te puedo ayudar, claro:
si perdiste a tu novio
es porque el tambien es un ser humano
con voluntad propia
y hace lo que quiere
y si queres obligarlo a que haga, en vez de eso, lo que vos queres
es porque sos una mala persona
y te vas a ir al infierno
asi que
dejá de querer que haga lo que vos queres!!
y se una buena persona
espero que te haya servido de ayuda
buen día

Señora XX: ok gracias

sábado, 16 de octubre de 2010

Y encima bajo San Perón!!


Los ciclos de padre y madre, en lo esencial, están cerrados.

Mientras, nuevas cosas van pasando: ahora que no escribo llevado por la fiebre de la catarsis en tiempo real, los hechos que refleja el blog son otros de los que vivo.

Quiero trazar aquí la línea que desligue mi producción vinculada al pasado remoto y reciente de la que se vincula al ahora, incluiyendo potencialmente fragmentos de ficción, de ahora en más.





















Por eso, en el Día del Dominio invoco a Jano Bifronte, dios de los límites y las formas, guardián de las puertas, que distingue en perfección lo que viene delante de lo que se deja atrás, para que me de su bendición y vele por la rectitud de mi camino, librándome de espirales.

Así sea, si es que está en mi destino.


jueves, 14 de octubre de 2010

Resumiendo

Desde mi cumpleaños número 30 hasta ahora, pasaron una serie de cosas.
Pienso que conforman un ciclo.

Esperaba que se cumplieran algunas cosas más para darlo por terminado, específicamente un reencuentro, pero está ya claro que las cosas tomaron otra dirección.

El ciclo terminó como pudo.

Si tuviera ganas, citaría a Crowley y su creencia en el Eón de la Madre como signo de todos los sistemas políticos matriarcales, el del Padre como su reemplazo por formas sociales más restrictivas, y el del Niño, actual iniciando, como una era de renovación de las instituciones políticas, religiosas y sociales actuales por otras centradas específicamente en el cumplimiento de la voluntad del ser ontológicamente más profundo de cada individuo. Diría entonces que entre el blog anterior y lo que queda hoy acá posteado para bajar se compendia mi propio ciclo de padre y madre, y da comienzo el ciclo dedicado al descubrimiento y cumplimiento de mi propósito en la vida.
Pero alcanza con bosquejarlo, así de harto estoy de todo lo que es padre, madre, y las ridículamente fallidas búsquedas del amor desde la luz de esta reconstrucción.

Mañana, cierre y apertura.
Luego, no sé.
Espero que mi vida profesional me ocupe demasiado tiempo para mantener esto, incluso en las condiciones tan económicas en lo referente a trabajo y calidad que conseguí este año.

Casi todo sobre mi padre y yo, acá. Son 14 páginas.

La rosa y el lecho - fin

Estoy atascado, y mi mano empieza a moverse espasmódicamente hacia atrás, como si quisiera rascarme entre los omóplatos. Cuando encuentro el brazo de la esencia de mi nacimiento y lo tomo, esperando un trueno.
Es el momento que elige Daniel para terminar la sesión.

Fiel a los preceptos de Hellinger, considera que este es el momento de más fuerza de la sesión, y que seguir desde acá solamente embarra los logros ya obtenidos.
Que no son pocos: es una de las sesiones más largas que recuerdo.

Terminamos, vuelvo a mi asiento, Felisa me cruza en el camino y me abraza, noto que en algún momento lloró. Nos quedamos en el abrazo hasta que el pudor nos indica corrernos del medio.

Participamos del resto del taller hasta el recreo, en que ella retoma su día. Yo me quedo hasta el fin, por costumbre de servicio. Charlando más tarde con la chica que representara a mi madre, recalcó haber sentido permanentemente el deseo claro e intenso de mantenerme aparte de la historia familiar y sus consecuencias, un deseo de protección muy intenso.

Por mi parte, me senté ese mismo día a contemplar un hecho simple: había consegido lo que quería. Me lo había dado mi madre.

Al fin, vino.













ahora si, fin.

lunes, 11 de octubre de 2010

La rosa y el lecho - Epílogo - apurando el final, no aguanto más

Pregunta a la mujer que representa el origen de la situación cómo se siente, ella habla muy bajito. No creo que Felisa escuche. Dice que con madre siente mucha apertura. “Está llena de amor, solamente le falta darlo”. No me resulta extraño o nuevo. “Con ella, en cambio” dice de tía “la siento mucho más cerrada, más lejana, casi desvanecida”.

Si chequean esto, entenderán que no me resulte raro tampoco.

Daniel entra en escena cargando dos almohadones, le da uno a mi representante, otro a tía.

Tía toma su almohadón y lo abraza tanto que se deforman ambos: se retuere alrededor de él. Disminuye su altura en una cabeza entera.
“Yo” simplemente lo toma en las manos, bastante rígido.

Vuelve a consultar a todos, tía dice, sin levantar la cara del almohadón “yo estoy bien acá”.

El origen sigue sintiéndola casi ausente.
Daniel pide a tía que mire a yo, ella no se siente muy interesada, pero lo logra. Le pide que diga a mi representante “para mi esto tampoco es gratis: yo también cargo lo mío”. Lo dice.

Daniel intenta que madre y tia hagan una reverencia al origen de la situación, que tomen el pasado. Madre lo logra, tía no. Eventualmente, a duras penas logra soltar su carga.

El concepto de Daniel, el de Hellinger, es que aceptar lo pasado es la única forma de convertirlo en fuerza. Conciliatorio hasta la médula, pero dado que parte de la premisa de que uno no puede divorciarse de su propia historia, es también lo único razonable.

Tras esto, madre logra mirar a yo frontalmente. La cara de la representante expresa mucha ternura, algo de dolor y preocupación.

Daniel pide a yo que diga a madre, señalando el almohadón “esto es lo que cargo por que no estuviste cuando te necesité”.
Madre se conmueve.

No recuerdo qué movimiento se sugiere con tía, que madre salta diciendo que tiene ganas de llevarse a mi representante de la escena. “Cualquier cosa, menos que se metan con él”.
Estuve toda la vida esperando eso, supongo.
Daniel decide entonces intentar el siguiente movimiento que asume necesario, y lleva a madre frente a padre.
Madre, inmediatamente, manifiesta un intenso rechazo: no puede ver a padre, el enojo que tiene hacia él la supera. No puede ni permanecer en frente.

Daniel comenta sin profundizar, que esto de ver el mayor anhelo de todo hijo frustrado, es una carga pesada.

No consigue reconciliar a padre y madre, así que opta una vez más por la solución gordiana, e incluye una persona más: pone entre ambos a una chica que representa, según sus propias palabras “la esencia de la vida que crearon juntos”. Padre sigue siempre igual, madre se tranquiliza con la nueva presencia, y consigue aceptar la presencia de padre.

La chica que representa la esencia de mi nacimiento, en cambio, apenas le preguntan manifiesta sentirse muy cansada, dolorida y angustiada, como si cargara mucho peso.
“Evidentemente fue una circunstancia difícil para nacer”, concluye Daniel.
Pero todos están alineados entre sí y mínimamente conciliados, así que intenta nuevamente una reverencia, esta vez de mi representante hacia la esencia de mi nacimiento. Mi representante no lo consigue, así que me pide directamente a mí que lo intente.

Me pregunto cómo distinguir ante mis propios ojos la sinceridad de mi gesto, pero se me aclara rápidamente, cuando empiezo a respirar agitado ante el solo intento de honrar mi nacimiento.

Con mucha agitación, lo consigo, y Daniel va a por la siguiente vuelta de tuerca. Me pone mirando hacia el frente, coloca a todas las demás personas, madre, tía, origen, padre, esencia, detrás mío y pone una persona más, delante.

“Esta es tu vida futura”.

“Podés elegir entre mirar hacia atrás, o avanzar con todo lo que está atrás apoyando”.

La esencia de mi nacimiento se había manifestado contenta de que yo la honrara, y ahora evidenciaba, incluso desde detrás mío, intensos deseos de que yo avanzara. En cierto momento, no puede evitarlo y me apoya las manos en la espalda.
Veo dos Rogelios, ocupando el mismo espacio simultáneamente.

Uno oscila hacia delante y otro es gravitado hacia atrás.

sábado, 9 de octubre de 2010

La rosa y el lecho - Epílogo casi infinito

Felisa llega, y empieza la sesión.

La instruyo rápidamente, también le informo. “Puede que alguien te pida que lo ayudes con su constelación, es regla que si no querés podés decirlo abiertamente. Mi sugerencia es que si surge, y no te produce rechazo, pruebes. Voy a constelar primero si puedo, para que quedes libre. Es norma quedarse hasta el final de cada taller, pero cuando alguien tiene planes o lo necesita, simplemente se retira”.

“Pienso decir que estás presente, que sos mi madre, y que estamos tratando de reunir nuestra familia, que se partió por mi denuncia de abuso y la aparición de antecedentes en la familia. No creo que haga falta nada más, pero si me preguntan iré respondiendo lo que surja”.

Nos sentamos juntos.
Daniel, el coordinador del taler, da una charla introductoria y termina pidiendo a cada uno que se presente y, brevemente, cuente qué busca en el taller.

Antes de Felisa hay una pareja mayor, ella se ve muy cálida, él me parece algo presumido y rígido.
Cuando toca el turno a Felisa dice “estoy acá para reconstruir la relación con mi hijo”. Inmediatamente me toca a mi.
“Yo soy el hijo” digo, y agrego “en este momento la familia está dividida, y estamos intentando reunirnos”.
Espontáneamente, el que me pareciera presumido y rígido, exclama “que valientes!”. Casi todo el mundo agrega inmediatamente algo del tipo “que lindo!” o alguna palabra de aliento.
Me cago en todos ellos menos de lo que esperaba.

Termina la ronda, tomo el primer turno, expongo. Que denuncié un abuso sexual sobre mi, de una tia. Que aparecieron antecedentes históricos en la familia. Que algunos optaron por hacerse cargo, y otros por esconderlos, y desde entonces estamos divididos.

Daniel reflexiona, se toma el tiempo de conectar con lo que la situación le sugiere.

Pide que elija representantes para mi padre, madre y yo mismo.
Si alguien no sabe, en esta forma de terapia se eligen representantes para cada rol que, de forma no esclarecida todavía, pero absolutamente regular, canalizan sentimientos acordes a la situación representada, pese a no saber nada al respecto.
Esto tiende a ser muy esclarecedor para los representados, que pueden ver su propia situación desde otra perspectiva.
Como además la canalización de sentimiento fluye de acuerdo a los cambios que se propongan durante el taller, es una oportunidad muy interesante de trabajar sobre diferentes formulaciones del problema que requiere terapia.

Tomo a un chico con cara de elfo – o de gay, es lo mismo, que se yo- para mi. Una chica de mi edad bastante interesante para mi madre. Lo que la traía a ella era que “tenía miedo de los hombres”, cuando lo dijo estuve a punto de gritarle “ah, entonces menos mal que no te dije que si te agarro te parto!”.

En otro momento me hubiera cuestionado elegir a alguien que me resultara atractiva para el rol de mi madre, pero a esta altura no discuto más esas cosas conmigo: si alguien me parece que es, es.
Un señor hizo de mi padre.

Yo quedo de frente a la constelación, Felisa queda del otro lado. No sé cuánto ve de lo que pasa. Los representantes, como siempre, hablan espontáneamente muy bajito.
Los coloco: madre y yo a la misma altura, mirando para lados diferentes. Padre detrás de los dos, su representante no miró a nadie en ningún momento.

"Madre", inmediatamente, trata de mirar hacia su izquierda, donde está "yo", pero cada vez que lo intenta bizquea y parece tener que hacer fuerza con la cabeza. Finalmente, en seguida, opta por alejarse. Se queda en la esquina, mirando hacia fuera.
Al preguntarle Daniel, expresa: “cada vez que trato de mirar para aquél lado se me nubla la vista, veo algo rarísimo entre mis ojos y el resto. Cuando vine acá me sentí más centrada”.
Daniel: “evidentemente, tu madre necesita salir de esta situación para encontrarse a sí misma”.

Mi representante se declara muy conciente de los movimientos de madre.

Padre se declara ajeno a todo, confortable. Daniel me pregunta si reconozco eso como propio de mi padre, suelto un bufido como respuesta.
Me pide incluír un representante para mi tía, la que abusara de mí, me re pregunta si estoy al tanto de antecedentes previos en la familia.
Pongo a una chica en el lugar de mi tía, que se me ocurre espontáneamente que queda a dos pasos de madre, a su espalda.

Apenas la pongo, "madre" tambalea hacia atrás, como si el cuerpo de "tía" ejerciera gravedad sobre ella. Se da vuelta para mirarla un momento, luego se queda mirando hacia delante.
Tía aparenta intentar apoyarla cuando casi cae hacia atrás, le sonríe cuando se da vuelta.
Daniel pregunta qué siente cada una. Madre comenta que, al darse vuelta y verla, sintió miedo de tía. Es lo que esperaba.
Tía no registra particularmente nada, pero no puede o no le interesa mirar hacia donde está yo.

Padre sigue ajeno a todo, contento en la suya. Comenta, eso sí, que se sintió atraído por tía cuando entró.
Cosa que también me sonó desde siempre.

Daniel decide incluír una figura más, la elige él mismo y la pone frente a madre y tía.
“Esta persona representa el origen de la situación. No nos interesa cuál es, no es asunto nuestro. Ella lo representa”.

Pregunta a la mujer que representa el origen de la situación cómo se siente, ella habla muy bajito.

Este no es amigo, pero casi que si.

Johnen Vazquez.

martes, 5 de octubre de 2010

La rosa y el lecho - Epílogo - IV

Consulté I Ching nuevamente. “¿Hice lo que tenía que hacer o faltó algo?”.
La respuesta fue “El estancamiento” tercera mutante, “Ellos sobrellevan la verguenza”. Una de las más breves del Libro y, desusadamente, todos los exégetas coinciden en que se refiere estrictamente a terceros, en vez a alguno de los oscuros diálogos internos que el libro insiste en reflejar.
Me pareció apropiado a la frase “estás en evidencia”, pero no me terminó de tranquilizar sobre mis acciones.
Igual lo dejé ahí, sin consultar más.
Llegué muy tarde al trabajo, mi jefe me lo indicó de buen humor al final del dia, le dije que era totalmente conciente y que no volveria a ocurrir. Creo que hasta se sorprendió un poco de que me lo tomara tan en serio.
No me gusta faltar tantas horas como tuve que faltar con lo de Felisa. Pero no podía haber esperado otro día.

Llegó el día siguiente, habia arreglado con Karin visitarla en Bella Vista, hacía meses que no sabíamos nada uno de otro. Cuando me llega un mensaje de texto de Felisa. Me sentia como si hubieran pasado semanas desde mi última charla con ella, tuve que recapacitar que había sido el día anterior inmediato. “Ayer!”.

El mensaje decía “fijate si podés arreglar una entrevista para los dos con tu terapeuta. Para el martes sería buenísimo”.

Traté de tomarlo con pinzas, pensando en primer lugar que era un intento de negociación. Pero me trajo un recuerdo. Respondí el mensaje diciendo “veo que puedo hacer”, y re busqué otro mensaje, de otra persona, que me había llegado en la semana y había descartado. Le pido información de horarios y dirección.

Llegué a casa de Karin diciendo “capaz que me voy en media hora”.

Charlamos, le cuento todo, me autocritico por seguir esperando que mi vieja reaccione bien.
Karin me baja como solamente un amigo puede: “más vale que vas a esperar eso! Es tu vieja!”
Contrasto mentalmente la blandura y dureza aparente de Karyn y Alicia, contrasto las respuestas. Alicia, una ancianita de voz suave y generosidad comprobadamente inacabable, espera sin dudar que corte ese lazo. No necesariamente la relación con Felisa, pero sí mi espera interna hacia ella. Karyn, durísima siempre, me sorprende esta vez con sus palabras.

“Uno siempre espera que los padres lo quieran. Y vos tenés que hacerte cargo de eso, asi como le dijiste todo lo demás a tu vieja, también tenés que decirle ´espero que me quieras, me va a hacer mucho bien el día que me quieras. Y el día que me quieras bien”.
Me emocionó, me clarificó.

Al rato me responden el mensaje de texto que había mandado de camino, y llamo a Felisa: “mi terapeuta trabaja de un modo demasiado individual, es inadaptable a lo grupal. Te puedo concertar una cita, incluso si querés entre los tres, pero no sería más que para que la conozcas y eventualmente empieces un tratamiento con ella vos; no nos va a servir para trabajar todos juntos”.

“Pero hoy, en dos horas, hay un taller de constelaciones familiares”.

Negocio casi sin querer, pero confío en esto: sé que de cualquier modo salgo ganando y digo “no hace falta que vos trabajes, pero si estás presente mientras yo constelo... creo que sería muy productivo”.
Acepta.

Charlo un poco más con Karyn , le agradezco, encaro otra hora y media de viaje de vuelta.
Llegando me llega otro mensaje de texto “estoy en un taxi, a quince minutos”. Estábamos totalmente en horario, pero me gusta que esté pendiente de decirlo. Respondo que estamos en la misma situación.
Pero yo llego antes.

sábado, 2 de octubre de 2010

La rosa y el lecho - Epílogo - III

Pero al día siguiente tocaba terapia, y al contarle estas cosas a Alicia terapeuta, sin mayor detalle, estuvo en desacuerdo con mis actos desde un principio.

Toma una actitud que me resulta muy molesta, de no escuchar e interrumpirme señalando cosas que ella toma como defectos o acciones contrarias, y terminamos discutiendo.

Cierra el tema diciendo “lo único que te estoy diciendo es que no tomás partido por tu niño interno, que está reclamando y con razón que lo defiendas, y no lo hacés”.
No la mandé a la mierda, pero ese dia no pudimos trabajar.

Y al llegar a casa, a la sala de ensayo donde duermo, se me llenó la cabeza.
Frases de Felisa me daban vueltas permanentemente, volviéndose más y más venenosas a cada regreso, y afilando al mismo tiempo la respuesta.
A las tres de la mañana, decidí que no esperaría hasta la semana siguiente.
Consulto al I Ching. El planteo fue “la mando a cagar en ésta y no me pasan más estas cosas”.

Pensaba no solamente en Felisa, sino en otras mujeres que crucé estos años.
La respuesta fue “La modestia” con la primera, tercera, cuarta y quinta mutantes, yendo a dar a “El seguimiento”.
Me permitió dormir.

Al día siguiente aparecí en su trabajo, se sorprendió, quiso saludarme con un beso, pero otra vez estaba yo demasiado incómodo con todo lo que faltaba decir.
Le digo “algunas cosas que dijiste ayer me quedaron haciendo demasiado ruido. Crei que podría esperar a otro momento para decirlas, pero la verdad es que no las quiero aguantar un momento más. Si querés salimos, a mi me da igual decirlas acá que en cualquier lado”.
Encontramos una esquina poco transitada de su lugar de trabajo.

Empecé decidido a terminar.
“Hay dos cosas que no me constan, pero me fueron dichas: una es que me abandonaste cuando naci. Que te fuiste. Simplemente, nos dejaste a mi viejo y a mi por algunos meses”. Empezó a reírse para descalificar. “La otra es que tenías sexo con gente enfrente mío cuando yo era chico” No se rió.
“No me consta. Pero me cierra. Explica muchas cosas que siento y pienso del sexo”.
“Lo que sí me acuerdo es lo que fue mi infancia en tu casa. Estaba solo todo el puto día, y si se me ocurría llorar por sentirme solo, ahí si aparecías, me amenazabas o me pegabas para que me calle. No podía ni siquiera expresar que me sentía mal”.

Sigo.

“Desde los diez años me forcé, me auto obligué a recordar que yo mismo habia elegido dejar de festejar mis cumpleaños para sentirme más adulto. Vos misma me desmentiste hace tres años: me dijiste que habías sido vos la que había decidido dejar de festejarlos. Es demasiado importante!!” se me sofocó la voz. “Festejar un cumpleaños es, exactamente, festejar que hubo un día en que uno apareció en el mundo, decir ´me alegra que hayas aparecido´. Lo que me dijiste es muy claro: no te alegraba que yo existiera, mi nacimiento no era motivo de alegría ni festejo. Es muy duro que una madre diga eso a su hijo!”

“Y sé que cuando termine de hablar, lo que vas a decir es que ´si yo necesito pensar esto, y si yo necesito tomarme mi tiempo de estar lejos, entonces vos, que sos re copada, me lo vas a respetar´ cuando lo que deberías decir es ´por Dios, cuánto me duele que pienses esto, voy a hacer lo que sea necesario para que estemos juntos porque te amo, quiero que estés en mi vida y que estemos todos juntos como una familia!!´”. Hago una pausa, la miro, quieta.
“... ni se te cruza por la cabeza”.

Sigo.

“Cuando me fuí a vivir con mi viejo fue lo mismo: me fui convencido de que nos separábamos por aquella pelea donde trataste de pegarme con el tubo de la aspiradora y te paré con una patada en la panza, y vos misma lo desmentiste también: hace tres años me contaste que estabas harta de ver a mi viejo, y que si encima yo estaba también en rebelde y encima podía argumentar – eso dijiste! que encima podía argumentar- entonces era demasiado y mejor basta!! Eso no es amor!!”.
“Y después... te mudaste a Moreno y yo iba a verte... me cruzaba toda la puta ciudad solo, para verte. Ni siquiera me ibas a esperar a la estación!. Veo a mis amigos y compañeros que acompañan a sus hijos de 13, 15 y hasta 18 años, para cuidarlos o nada mas para estar con ellos un rato más. Si me perdía -como me perdí, si me robaban -como me robaron, si me pasaba cualquier cosa, te importaba un carajo!!”

“Después volví a vivir con vos y me cobraste el dinero que necesitaba para independizarme, mientras no se lo cobrabas a Javier, a mis espaldas. Me tomaste por estúpido durante años!. Años!
Los padres tienen que dar apoyo económico, vos y mi padre me lo sacaban! Pasaste de ser una carencia como madre, a ser una piedra, un obstáculo en mi camino, sacándome dinero que no necesitabas. Y de ahí pasaste a ser un enemigo, al hacerlo de modo intencionalmente secreto”.

“Años, hasta el mismo miércoles pasado, anteayer, donde me salís con dos frases imperdonables. Decirme que ´el dramatismo con que se dieron las cosas fue una necesidad mía´ es ignorar -y pretender que yo olvide- que me echaste de tu casa bajo amenaza. ¿Te acordás lo que dijiste, con qué cara lo dijiste? Porque yo no me olvido más: cuando te eché en cara que me habías sacado plata que no necesitabas, me dijiste ´voy a hacer lo que tenga que hacer para que te vayas de esta casa´, con los ojos desencajados. ¿Y el dramatismo es mío? Pretender que crea eso es un intento horrible de manipulación, para no hacerte cargo de la parte que te toca, de lo que fueron tus propias acciones”.

“Y salís con esta cosa... repugnante... de que ´estás tan convencida de tu cariño por mi – ni siquiera se te ocurre usar la palabra “amor”- que no necesitás demostrárselo a nadie?”.

“O sea que si no me ves por tres años es porque no necesitás demostrar nada? ¿Si me echas de tu casa, si me amenazás, si le decís a mi hermano que estoy loco y miento... está todo bien porque no necesitas demostrar nada?”

“Se acabó esa mierda!!”

“Pasaste de ser una carencia como madre, a ser un obstáculo en mi vida, a ser un enemigo abierto que intenta mantenerme engañado de los modos más descarados y crueles posibles, porque mentir de este modo es algo que solamente hace un ENEMIGO!”.

Tomo aire, conciente de que había terminado: ya habia dicho todo. Felisa no aparentaba más que algo similar al disgusto de quien lleva demasiado esperando un colectivo.

Cierro: “no espero que cambies, no espero que pase más nada, la razón de decirte todo esto es que necesito que sepas que lo sé: que estás en evidencia, que se te ve desde todos los costados. Que no conseguís meterme más mierda en la cabeza”.

“Decís de hacer todo lentamente, porque tu vida es muy triste y necesitás que todo sea delicado. Ya fue eso: voy a ponerte en una situación muy sencilla, que va a clarificar esto de modo definitivo. Te querés ir de vacaciones. Mientras, me dejás cubierto por la misma mierda que me tiraste encima: cada día que estás en otro lado, es un dia más que mi hermano pasa bajo la mentira que vos le contás sobre mi. Es más de lo mismo, y es inaceptable. Si nos volvemos a ver, es porque la semana que viene levantaste el teléfono para decirme ´tal día, a tal hora, tenemos cita con tal psicólogo, vos, Javier y yo´. Yo sé que en vez de eso, te vas a ir de vacaciones”.
“Pero desde ahora lo vamos a saber los dos. Desde ahora tus acciones tienen consecuencias”.

“Muy bien”, responde, y se va.

Salgo a la calle, sintiéndome limpio excepto por una pequeña mácula. Sabía muy bien qué me diría Alicia o alguno de mis poquísimos confidentes: había pospuesto otra vez la instancia de mandarla a la mierda y cortar el vínculo.
Habia dejado otra vez una puerta abierta, una rendija por la que espiar, ansioso, que esta vez sí viniera. Que dejara de lado sus vacaciones, que me buscara.
Me había quedado, otra vez, como el niño que espera que lo vengan a levantar en
un abrazo.

Me habia puesto solo en la misma situación de vuelta.