Los primeros tres días, sin pensarlo, pospusimos las excursiones a cualquier lado, y nos quedamos atrapados en un torbellino de confesiones compulsivas.
A partir del cuarto día, me iría dando cuenta de que en Fran, eso es un estado casi permanente.
La primer mañana, sin embargo, me levanté tan temprano como habíamos quedado, e intenté despertarla. Habíamos arreglado ir a Neuquén para que se hiciera sus propios exámenes de hiv. La propuesta surgió de ella, nos pareció bien aprovechar mi presencia y tratar de hacerlo lo antes posible para no perder el impulso.
Pero no quería levantarse. Insistí, medio que se agrió, me pegó sin gracia con la almohada en la cara, lo llevamos hasta donde pudimos.
De repente se levanta, explosiva, hasta puntas de pìe, llevando las manos al pecho con las palmas hacia abajo como si estuviera tratando de detener una marea que la ahoga, como si tuviera que poner repentinamente límite a una situación agobiante que llegó demasiado lejos demasiado rápido. No recuerdo las frases exactas, pero no daban pie a ninguna clase de diálogo, y quedaba la violencia a medio paso.
Yo, ella y la violencia a medio paso.
Quisiera que nos conozcas, para saber de qué hablo. Del miedo que nos tengo.
Era el primer día: decidí quedarme en mi cuarto. Muy enojado, pero apostando a que se pasara de ambas partes. También decidí no embarcarme de vuelta en nada de lo que habíamos hablado previamente: "Que bueno que vengas, me vas a ayudar a ponerme las pilas con correr y hacer ejercicio", fue la primer propuesta en ser tachada de mis obligaciones.
Seguiría proponiendo y recordando todo lo que se hablara, pero la idea de "ayudame a hacer lo que no hago por mí misma", dejó de tener todo atractivo para mí.
Durante tres días, en olas sucesivas, íbamos sacando a luz la mierda de nuestras historias y encontrando el afecto mutuo. El segundo día, espontáneamente, sentí de ella y de mí olas de amor mutuo que irradiaban el aire, brillando. Ví el aire vibrar de amor, se lo dije, ella también lo sentía. Vida pura.
A partir del cuarto día, empezamos a tratar de separarnos un poco: ir a hacer compras por separado, pasear cada uno por su cuenta, quedarme en mi pieza leyendo.
Igualmente era muy difícil: a cualquier movimiento mío, Francisca se sentía obligada a responder, la atención permanente era agotadora para los dos. Si me levantaba con ganas de lavar los platos de la noche anterior, se sentía obligada a levantarse a su vez, sacármelos de las manos y lavarlos ella. Si nos quedábamos en el mismo espacio, se sentía obligada a charlar y eso la llevaba nuevamente a la compulsión por contar las cosas más bizarras que pudiera encontrar entre sus recuerdos.
No pudimos encarar nunca la desprogramación, tampoco el trabajo de constelaciones. Fran está convencida de haber hecho ya todo lo existente en las clínicas e internaciones.
Pero el problema real era otro, y se puso de manifiesto al intentar pasarle elementos de Chi kung.
Uno de sus antiguos novios había pasado poco antes por el Chocón, convertido en Hare Krishna. Dejó bien claro que lo echó al muy poco tiempo por insoportable: rezaba todos los días, varias veces por día, consagraba la comida, su devoción era permanente.
No dejó tan claro cómo fué la última discusión, pero sí que el tipo de repente tomó todas sus cosas y se fué sin decir más nada. Se arreglaron medianamente más tarde por mensaje de texto.
A los pocos días de su partida, Fran se encontró haciendo varias de las devociones.
Personalmente, detesto todo lo formal - institucional, pero sé muy bien el poder que tiene la acción devocional para reforzar una disposición interna, sobre todo en sus etapas más iniciales y frágiles, así que celebré que Fran se dedicara a todo lo positivo de cualquier actividad religiosa: el sentido de gratitud, la confianza en la vida, el compromiso con la limpieza interna.
Desde ese aspecto, reforzar o completar lo que según ella "ya tenía" de chi kung, era una buena idea. Al menos es una práctica que tiene a mi criterio más contenido que la veneración de imágenes, y la actitud devocional es la mejor para asegurar el cumplimiento de la práctica, o eso creí.
Lamentablemente, no es lo mismo ser obsesivo que ser aplicado, y al pasarle el primero de nueve ejercicios, consistente en quedarse parado, quieto, visualizando absorción de energía por las plantas de los pies y manos, chocamos: a los veinte segundos, interrumpe diciendo "me pongo ansiosa".
El resto era previsible, aunque no hubiera querido verlo: prenderse un porro tras otro sosteniendo que "baja su ansiedad", desde la actitud de estar tan curtida que "esto no es nada".
La realidad es que le pega como a cualquiera, y lo único que queda después es mirar televisión el resto del día, porque es muy difícil hacer cualquier cosa tan fumada.
Salir a correr tuvo la misma resolución: la primera vez hicimos un buen trecho. La segunda tomamos en otra dirección, que subía una larga loma, al rato dice "esto sube y sube, basta!" y se va, con una sonrisa que sugiere "tiro buena onda pero no preguntes nada porque se pudre todo". Ninguna intención de mi parte: yo sí quería correr.
No volvimos a salir juntos. Ella no volvió a salir, de hecho.
En una charla de las siguientes, me cuenta sobre su novio muerto, Santiago. No sé cuántos años de estar juntos, drogadísimos, sin hacerse cargo de la pareja, perdidísimos.
Pero rescata ahora no me acuerdo qué, tal vez el amor, para siempre.
Me suena exagerado, vacío, encadenante. Le digo sin pensar "eventualmente, vas a tener que soltar eso, también".
Empieza a dar círculos por la pieza, se pone en puntas de pie, levanta las manos con las palmas hacia abajo, toma aire al mismo tiempo de hablar, dice algo como "no te metas con mis muertos". No recuerdo si llegué a pasarme sus muertos por el culo o me contuve, pero ya no me banqué el circo de cocainómana digna y levanté la voz para decirle "sabés que tengo razón". Lo repetí, más suave, ella depuso la actitud amenazante y renunció a seguir levantando presión. Dejamos el tema.
Pasan los días y hay una familiaridad que no llega, una relajación que no se cumple nunca. Mi presencia es permanentemente percibida por ella, su atención es constantemente sentida por mi. Llega el momento en que siento que no puedo respirar sin obligarla a responder de alguna manera.
Paralelamente, sin contacto entre un proceso y otro, me voy acostumbrando a la quietud: me despierto y me siento en la pared de afuera de la casa, mirando hacia el lago a través de las demás casas en construcción. O camino una horita y algo hasta donde no hay nada y me siento con el I Ching, y no lo uso. Me quedo sentado en el silencio, miro el cielo, el lago. Muchas veces estoy contento, pero la mayor parte del tiempo no estoy contento ni triste, sino simplemente conforme.
Con poco, diría, si el lago fuera poco.
De alguna manera, en algún momento, vuelvo.
Llegando la noche jugamos al scrabbel, me gana siempre.
El aire del Chocón es más denso, es como más real: uno lo siente en la piel, en la nariz, en la sangre.
"Acá se genera la energía para toda capital" me dice Fran. Si no es cierto no importa: miro los cables que salen de la represa con respeto.
Hacemos varias excursiones: esos son momentos geniales.
Caminamos entre las flores, a veces adelante, a veces atrás. La veo con su sombrero de sol y eso me hace volver a mi, saber quién soy: ahora me acuerdo.
Me acuerdo quién soy.
ES IMPORTANTE SABER
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