Y dice al cantar “no te puedo olvidar, no te puedo olvidar”
La hubiese querido muchísimo,
pero salió todo mal y la detesté con razón,
porque me dolió tanto.
Ni tan rápido ni tan lento me cansé de ser esclavo de mi odio,
pero no encontré mucha alternativa.
Traté de enterrar todo, y quedó un mojón.
Cuanta más tierra le eché encima, más amenazaba volverse una montaña.
Traté de matar los sentimientos,
y fue un ejercicio de sadismo cruel sobre mi espíritu.
Traté de re definirlos,
y sólo se hizo más fuerte la referencia.
Supongo que en el esfuerzo, mi corazón creció de alguna forma:
hoy encuentro una calma que no conocía (ni entiendo de dónde salió).
Poco a poco, la acumulación de tiempo supongo, el sentimiento se fue destiñendo
siempre cada paso hacia el olvido acompañado del ansia de liberación a un lado
y la pena al otro.
Pena por los errores,
pena por las verdades desperdiciadas.
Pena por haber querido ir y no llegar,
pena por no haber tachado todo desde el principio,
pena por no haberlo defendido en el final.
Pena por haberlo vivido y por quererlo olvidar.
Anclado.
Tomando nota de los aciertos de los amigos, levanté un día un altarcito a Venus.
Su número es el seis y sus atributos la sensualidad, el amor generoso, la compasión infinita.
El Arcano Tres y seis velas verdes, una por día. Incienso de rosa.
Y recé porque todo esté bien para cada uno en su lugar y lleguemos todos a buen puerto, durante seis días.
Uno por vela.
Finalmente, cuando la muerte de todo es un hecho tan cierto que la resurrección es una fantasía sin pie,
encuentro al fantasma aún en mi pieza.
Reclama un espacio que no le pertenece:
“tu dueña se fue” le digo.
Me digo.
“Está donde quiere estar que no es acá, estoy solo acá y vos no sos parte de ella, sino mía”
“Mi fantasía, mi deseo”
“Y no consigo, en dos años no conseguí darte otra cara”.
Y ya, cansado de tratar de matar un fantasma que es parte mía
tomo por fin el único camino que era razonable desde el principio.
Y me hago amigo.
Y ahora voy a todas partes, con tu fantasma.
Y se siente cálido, y le doy los abrazos que no nos dimos.
Y me arrodillo sin temor a sus pies y le pido que dé su permiso y bendición a mis amores nuevos,
que me acompañe y me cuide en la jornada que me falta completar.
Y a veces escucho consejos, que salen de sus labios
una sabiduría que no es tuya ni mía.
Y creo… creo que encontré algo valioso.
Gracias Meuge por la ilustra.
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