ES IMPORTANTE SABER

martes, 30 de noviembre de 2010

Arcano XIII - La Muerte


El tránsito exitoso por esta carta se caracteriza por experimentar, en este orden, estas emociones: temor, dolor, luto, agradecimiento.




















Versión de Noe.


Otras cartas tienen una interpretación pictórica mucho más abierta, accesible para cualquiera.
La carta de la Muerte justo tiene un significado puramente esotérico, esto es, para "iniciados" que le encuentran a ideas comunes un sentido no común.

La idea exotérica (de los "no iniciados") de la muerte es la del final de la vida.
Dentro de la visión esotérica, la carta no representa realmente la muerte física, sino la muerte conceptual, la muerte simbólica.
Hay un capítulo del "Diario de la Pequeña Lulú" (una historieta que se conseguía en los años 80), donde el asunto es que Anita llama a Lulú llorando porque perdió a su gatito.
Lulú va a la casa de Anita, toda preocupada, y se encuentra con el gato, lo más tranquilo, lamiéndose en el sofá.
Al interrogar a Anita, ésta le dice, entre lágrimas, que antes ese gato era un gatito, todo chiquitito y lindo, y que ahora en cambio es una cosa grandota y gorda y fea. Y ya no va a volver a ser como era antes, cuando ella lo conoció y con quien se encariñó.

Así que había perdido su gatito, verdaderamente, dado que ya nadie podría encontrarlo, nunca más, en ningún lugar.

Así que también es cierto, a nivel simbólico, que ese gatito "murió", "se fue de este mundo", etc.

Una asociación tradicional esotérica con la Muerte es Shiva, o la Destrucción.
Para los "iniciados", la muerte como cambio representa el vehículo que les revela la verdad de las cosas, al destruir lo ilusorio.
La cosa (lo que sea: la niñez, el gatito, el estado de soltero, una adicción, un auto) es ilusoria.
Justamente su poder cambiar, el potencial que tiene todo para cambiar, es lo que lo hace "falso", "ilusorio". "Falso" en este caso, significa "no permanente".
Lo real, lo permanente, es la existencia, y la existencia obligatoriamente hace mutar la ilusión de un estado a otro (de niño a adulto, de gatito a gato, de soltero a casado, de adicto a responsable, de auto a chatarra o a bien familiar).
La Muerte, al mutar la ilusión de un estado a otro, es lo que revela su cualidad de ilusión y la realidad por debajo, al mismo tiempo: todo estado es transitorio y lo que permanece, hasta donde podemos saber, es por un lado la materia amorfa de la que se sirven todas las cosas para existir temporalmente (hasta que cambian a otra forma o vuelven a ser materia amorfa), y por otro la conciencia de existir, la conciencia que percibe que la materia tomó una forma u otra.
Si la materia amorfa, o energía, tiene o no conciencia, no podemos saberlo, porque sólo podemos conocer aquellos terrenos donde la conciencia puede pisar.
Así que para nosotros, lo único inmutable, es la conciencia de existir.
Todo lo demás se transforma y cambia, permanentemente.

Antes de seguir con esto, cabe preguntarse porqué entonces se relaciona al cambio con algo traumático y temible.
Es básicamente porque todos somos "no iniciados", así que podemos acceder a esta perspectiva intelectualmente, pero no de corazón, más que a través de un largo y poderoso trabajo filosófico que convierta la idea en parte de nuestra alma, y no tengamos que "pensarla", sino que simplemente vivamos dentro de ella, y percibamos nuestra vida desde ella.
Cuando cada cosa que miremos la veamos desde esta perspectiva, automáticamente, desde el inicio mismo de nuestro percibir.
Ya volveremos sobre esto.

La Muerte no es la Guerra, o la Peste. No es en sí algo necesariamente violento, pero si doloroso, porque todo cambio -sea el de la crisálida a mariposa, el de niño a adulto, etc- duele.
Todo cambio duele por un lado por el miedo a la pérdida implicada: el estado inicial se pierde al atravesar el cambio, y esta pérdida es irrevocable. Dentro de esta vida caótica para todos, todos nos aferramos a alguna constante y nos aterroriza cambiarla.
Además, una vez aferrados a una constante cualquiera, perdemos de vista la idea de que puedan existir otras posiciones diferentes pero equivalentes, y tendemos a creer que no hay nada más, que no hay otra cosa, que no hay otro estado posible de cosas más que el que nos conocemos, con lo cual nos aferramos aún más, porque desde esta perspectiva, perder lo conocido es perderlo TODO. No imaginamos ni siquiera permanecer concientes en otro estado de cosas.

Es muy grande el salto de fe, o debe ser muy violento el estímulo o muy fuerte la corriente de la fuerza que nos obligue entonces a cambiar, a abandonar un lugar para llegar a otro que a priori no concebimos que exista.
Si nos aferramos, generamos violencia contra lo inevitable, con el dolor consecuente.

Además de lo dicho, el cambio duele porque sí. Es común el término "dolores de crecimiento", y esto es así: crecer es una forma de cambiar y, como todas las maneras de cambiar, requiere tanta energía, demanda tantos recursos, que sólo puede doler.

Volviendo a lo anterior: lo único inamovible, lo único permanente hasta donde se puede experimentar, es la conciencia de existir.
"Pienso, luego existo" no es el final de un razonamiento, sino el único punto de partida verdaderamente firme para comenzar a pensar cualquier cosa: todo lo demás puede ser cuestionado por la mente, esto no.

Los niños están naturalmente conectados con esto, y ni siquiera lo consideran.
La "inocencia infantil" o la "inocencia" a secas, refiere no sólo a la falta de idea (que también está) sino principalmente a la conexión directa con la conciencia del existir, sin valoración de lo ilusorio.
Esto es lo que conecta las cartas de la Muerte, el Loco y el Mago.

El Loco, el “niño en el abismo", señala la inocencia plena, absoluta: el protagonista de la carta no se fija en nada de lo mutante, ilusorio, material, cotidiano, sino que su mente está anclada en la pura sensación de "existir, ahora".
Esto tiene su lado peligroso, porque la ilusión, por más que sea ilusión, es el contexto en el cual desarrollamos nuestra existencia. No prestar atención al contexto, puede implicar desarmonías graves, tales como la muerte física de la persona.
La inocencia nos exime de ciertas cosas, no de otras.

El Mago, en cambio, es el Loco evolucionado, lo que significa que adquirió conocimiento y manejo de su entorno material y de todo lo transitorio, pero no se confunde, como la mayoría de la gente (puede ser que no le importe poseer un auto, pero sabe cruzar la calle sin ser pisado por uno), y mantiene su mente centrada en la conciencia pura del existir, sin dejarse arrastrar por lo material o temporal, pero tampoco siéndole indiferente, sino organizándolo en pro de mantener su existencia propia.

Este aspecto del Mago (tiene otros, menos "positivos") es el de santo, y en él comparte las características de los niños y los idiotas, pero es capaz de automantenerse.

La inocencia infantil protege del miedo a Shiva por dos cosas: en primer lugar porque el niño no espera nada, así que no teme por anticipado. Este aspecto tiene su lado peligroso, como vimos.

Pero además, el niño no se aferra a nada.

Los dientes, al salir, cortan la encía y eso duele.
Al terminar de salir, hay un pedazo de hueso, duro, donde antes sólo había encía blanda.
Si nos pasara algo así a esta altura, estaríamos rápidamente en el médico, preguntándole espantados qué nos pasa.

El niño, en cambio, una vez terminado el dolor, olvida y se maravilla de la novedad de tener un cuerpo distinto del que tenía antes.
Lo toma con total naturalidad, no por que sepa que "es natural y a todos los niños les pasa", sino por que su inocencia no contempla que haya algo malo o inadecuado, ni un estado "mejor": si antes no tenía un diente ahí y ahora lo tiene, sólo es llamativo, interesante. No se aferra, no se le ocurre desear volver al estado anterior sin dientes, ni se preocupa por cuánto durará este nuevo estado con uno.
Está permanentemente centrado en la conciencia de existir, desde cuya perspectiva todo lo material (excepto el hambre, el dolor, etc) es transitorio, circunstancial e intrascendente, y lo que importa es el pasar de la existencia.

Este estado, por motivos que no desentraño aún, se pierde con el tiempo, y la persona comienza a resistirse o resentirse de los cambios.
Posiblemente eso sea lo que señala la doncella de la carta original: el momento en el que la persona pierde el estado de no expectativa y no aferramiento de la infancia.
O tal vez señale un punto de inflexión en la naturaleza de los cambios: el cambio crucial en la vida de cada individuo entre infante dependiente y adulto autónomo.
Quizás, finalmente, simplemente señale uno de estos cambios que requieren "tanta energía que sólo pueden doler".
Cualquiera de estos significados, rodean el mismo hecho: la doncellez como adolescencia y umbral entre la infancia y la adultez.















Finalmente, las dos figuras más fáciles de malinterpretar desde una perspectiva exotérica: el rey y el sacerdote.
El rey es simple, en realidad: aparece muerto porque el poder de los reyes es exactamente el poder temporal, y el tiempo es el vehículo del cambio. El poder político se vincula a todo lo material y transitorio y, como tal, no resiste el cambio. Un rey sigue a otro, un imperio sigue a otro, un sistema político reemplaza a otro y ninguno de ellos toca lo trascendente, sino que simplemente toma su turno, disfruta su gloria, y vuelve al polvo.
El sacerdote, en cambio, logra permanecer de pie, por un motivo concreto.
Si el Mago es el Loco evolucionado, el sacerdote es el escalón intermedio: es la persona que ha perdido la inocencia y falta de expectativas originales del niño, la carencia de segundas intenciones ante todo, lo directo de la conección perceptiva; pero intenta recuperarlo mediante, como dijimos "un largo y poderoso trabajo filosófico". Cuando, si, el sacerdote logra transformar su doctrina en su carne, y vivir plenamente dentro de sus preceptos, y si, y sólo en el caso de que sus preceptos sean verdaderos, se transformará en el Mago en su aspecto de iluminado liberado del peso de la identificación con lo material y las ilusiones mundanas.
Si el trabajo de toda la vida del sacerdote es exitoso, si su religión es verdadera y su esfuerzo logrado, llegará al lugar donde viven los niños y los idiotas.
Mientras no lo logre, en todo el tiempo que dura el entreluz entre un mundo y otro (el de los "no iniciados" y los "iniciados"), el monje necesita de toda su parafernalia dogmática, representada en la carta de referencia por su ropa y su posición de orar, para aumentar las fuerzas espirituales y anímicas que le permiten a su conciencia liberada a medias soportar el enfrentamiento directo con el cambio.
No muere ni desfallece, pero tampoco puede simplemente entregarse, si no es acompañado de una oración, un rosario, un dogma, un artículo de fe que lo haga sentirse acompañado por algo más grande frente a lo desconocido.

Estas son las cuatro posiciones posibles de enfrentar directamente la destrucción: la ignorancia absoluta que se resiste y se quiebra (el rey), el conocimiento a medias del sacerdote que usa muletas pero puede permanecer, la aceptación instintiva sin conocimiento del niño, y el sometimiento de la doncella.
El mago no figura, entre otras cosas (creo) porque los autores del mazo no pudieron honestamente dar fe de que alguien pueda "purificarse" tanto que verdaderamente deje de temer al cambio, así que sólo queda el eterno intento de llegar (a ser mago) del sacerdote.

En la figura de la Muerte, hay detalles varios: el caballo representa la fuerza imparable que motoriza el cambio, asi como su mirada roja señala su avance ciego y furioso. Esto contrasta con que el caballo de la carta original no corra, que indica que no tiene porqué apurarse: todos los procesos de destrucción ocurren a su propio tiempo, pero de manera vigorosa e imparable.
El esqueleto y lo negro indican el miedo con que se la vive, la rosa blanca señala la pureza.
Hay en la carta indicios de la fertilidad en que todo esto ocurre, y que esto mismo trae: la destrucción también es liberación de recursos para que el resto de la creación se nutra y reformule.
Que se dibuje el ocaso indica tanto el momento final como el ciclo eterno que permite la reformulación constante de las cosas a través de su destrucción.
















Otra versión gráfica con poema propio que nos regala Noe.


En resumen: un principio universal (lo efímero de las cosas), una manera de interpretarlo (destrucción como renovación constante), y cuatro maneras de acercarse a esta interpretación (desconocimiento y resistencia, desconocimiento y sometimiento, conocimiento formal con aceptación forzada, conocimiento instintivo con aceptación fluída). La emoción general sólo puede ser miedo y violencia, incluso en la aceptación, por las características del cambio de impuesto sin consulta y de doloroso.

Pueden entonces ser palabras clave para la interpretación de la carta: miedo al cambio - resistencia – procesos de transformación



















La versión física

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